El Tubo de Mirar.
Capítulo XVI: Donde se presenta mi ayudante.
Invitaba ella. Entramos en el restaurante, pedimos una mesa y la ocupamos. El camarero nos presentó la carta y yo pedí los platos más caros sin molestarme en leer el texto. Me sirvieron de primero unas cocochas que rechacé por su aspecto gelatinoso, y un segundo plato que recibí con vítores por su alegre colorido.
- Debe usted tener mucho cuidado, Eugenio -recomendó Felicita a los postres-, es evidente que alguien que carece de escrúpulos sabe algo y no parará hasta obtener lo que le interesa. Si usted quiere puedo hablar con mis hermanos. Ellos podrán protegerle.
- ¡Oh, es usted muy amable, amiga mía, pero creo que me las puedo arreglar de momento!
Todavía la paliza que me propinaran Amoroso y Armonio pervivía nítidamente en mi memoria y las secuelas de aquello, para mi desgracia, eran notorias, pues por más que lo intentaba, no conseguía mantenerme en pie sobre la pierna izquierda si simultáneamente pelaba melocotones. No. Definitivamente no quería más encuentros con los hermanos Fidalgo.
-Entiendo que no quiera involucrar a más personas pero usted necesita protección, Eugenio, no puede seguir solo con esto, y yo no soy más que una confidente fiel pero de poca ayuda en caso de peligro.
-¿Teme usted por mi seguridad?-inquirí esperanzado.
-Sí, sí, claro, y por el Tubo.
-Felicita, es hora de que me sincere, empujado por este vino tan caro y animoso. Vaya por delante que yo confío plenamente en usted, pero mi vida se ha visto en peligro, por primera vez un hombre me ha apuntado con un arma de fuego y, créame, nunca antes mis pantalones se habían manchado con mis deposiciones estando yo despierto, o sereno, o ambas cosas. Debo preguntárselo aunque conozca la respuesta. Felicita, ¿me ha traicionado usted?.
- Comprendo su recelo, Eugenio,-contestó ella-entiendo que desconfíe de todo el mundo, pero créame, soy su amiga, quizás la persona en la que más pueda confiar usted.
- Quería oírselo decir.
- ¿Me cree?
- ¿Nos desnudamos?
- No.
-Bueno, ¿puedo pedir un Sol y Sombra?
- Sí.
-Gracias. Señorita -mi mente, separada del cuerpo por efecto del alcohol, hablaba sin permiso-, ¿por qué es usted tan dura y cruel? Sabe lo que siento por usted, sabe que mi vida gira en torno a su mirada, ¿será capaz de rechazarme una y otra vez hasta que yo languidezca y muera de pena y desamor? Si su corazón no está ocupado en otra persona o ser vivo, ¿por qué no me da otra oportunidad? No encontrará, así viva usted mil años, al menos de los 55 en adelante, un hombre dispuesto a entregarse a usted como lo estoy yo. Sólo vivo con la esperanza de verme algún día correspondido. Dígame, dulce Felicita, ¿puedo albergar esa ilusión; ¿hay posibilidades de alcanzar a ver sus pechos, cántaros de miel, cómo reverberellan?
- Si me lo pide así, tendré que pensármelo -contestó riendo.
- Con eso me basta -y de pura esperanza vomité el plato multicolor sobre la propia muchacha, y tras formular una disculpa sentida, desmayéme.
Desconcertado, desperté al notar que alguien hurgaba en mis bolsillos, situación tanto más extraña cuanto me encontraba durmiéndola entre montones de periódicos y revistas, en el interior de un camión de reparto, camino de Valladolid, a saber cómo y porqué.
Un chiquillo pretendía robarme. No tendría más de una docena de años, según calculé mientras le apretaba el pescuezo.
- ¿Quién eres?
- ... -el niño, claro está, no podía hablar-
- ¿Quién eres? -repetí aflojando un poco la presión.
- Joaquinito -respondió jadeante.
- ¡Joaquinito qué! -apremié.
- Joaquinito, el Niño Expósito.
- ¿Por qué intentas robarme, chaval?
- Para tener dinero, señor.
A pesar del miedo que denotaba su desencajado semblante, me miró como si no entendiera la pregunta.
- Tranquilo, no voy a hacerte daño.
- Gracias.
- ¿Qué haces tú aquí, dónde están tus padres?
Joaquinito, el Niño Expósito, me refirió entonces su historia, que consigno en capítulo aparte.
menos mal que publicaste puntualmente el tubo, ya lo esperaba.
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