La industria gallega del cómic

Me dejaron asistir hace poco a una comida de autores de cómic. A los guionistas, a estas cosas, no nos invitan. Nos dejan ir. Estaban tres dibujantes, dos libreros y yo, o sea, una representación proporcional de lo que viene siendo la industria gallega del cómic.

Yo, antes de ir, aspiré Ventolín. Soy partidario de asistir a esos eventos con los alvéolos abiertos, desoyendo los consejos de la bisabuela Guiomar. Tuve una bisabuela que no creía en los alvéolos. Le parecían una porquería. Decía que una persona decente jamás debería tener alvéolos, y caso de tenerlos jamás debería pasearse por ahí, en público, con los alvéolos abiertos, que es una indecencia. Tus padres, decía, no te llevan al Colegio Estudio para eso. Haz honor a tu apellido, decía, que eres de buena familia de toda la vida de Dios.

La industria gallega del cómic está abatida, como siempre. Eso le pasa por querer ser una industria. En otros tiempos había Vagalume, que dirigía Xosé Fortes y más o menos esa era la industria del cómic. Había gente como Lalo Vázquez Gil, que hacía viñetas en Faro de Vigo, pero ellos no pretendían formar industrias. Sólo dirigir revistas o dibujar porque les gustaba hacerlo.

Hoy para todo tiene que haber una industria. A mí eso de la industria gallega del cómic me da la risa, porque se trata de un grupúsculo de héroes que se dejan las pestañas dibujando monigotes y cuando los oyes hablar de la industria, en lugar de preguntarse unos a otros en qué rascacielos tienen montado su holding, se ponen muy serios y hablan de calidades de papel y de rotrings. Eso los dibujantes. Los libreros hablan de ventas (son bajas), y a los guionistas nos dejan ir porque somos la escoria del mundillo y damos tanta pena que conseguimos, por comparación, levantar el ánimo de la industria, que no las cifras, que esas no las levanta ni el guionista con los alvéolos más abiertos del mundo.