lunes, 28 de enero de 2013

BAZARES CHINOS


Por Manuel Pérez Lourido


Hace unos pocos años entrabas en un chino (antes de la crisis ir a un chino era ir a cenar, ahora ya saben a qué me refiero) con diez euros en el bolsillo y salías empujando un carrito lleno a reventar. El carrito te lo habías comprado dentro también. Y además con una sonrisa de oreja a oreja y la convicción de que los habías engañado como a chinos (vaya mérito) sin sospechar que ellos también pensaban lo mismo respecto de ti. Cosa que comprobabas al llegar a casa y probar un par de bolis que no escribían, un pegamento que no pegaba, dos fundas que no servían para nada en concreto, una novela a la que le faltaban páginas y en la que no se moría nadie, un reloj de cuco en el que un supuesto cuco no hacía cu-cú sino que tosía, etc, etc. A partir de entonces, cuando volvías a un chino, ya no lo hacías cayendo en el consumismo sino en la resignación. Los chinos eran jóvenes y amables y entendían todo lo que le decías aunque tú no les entendías una mierda (ahí ya debías de haber empezado a sospechar que eran más listos que tú). Sonreían e inclinaban la cabeza y lo hacía a la vez en la mayoría de las ocasiones. En el resto de las tiendas no sólo no te sonreían, sino que si sonreías tú te ponían clara de pedir explicaciones por ser feliz. Además no tenían lo que pedías o no estaba a su alcance sino en una estantería superior a la que había que acceder con escalera y, aunque tú estabas viendo el objeto deseado, te decían que no lo había. Tú te marchabas pensando que ello pensaban que eras tonto, que no te habías dado cuenta de que en aquel comercio no tenían escalera.
Pero las cosas cambiaron: la prosperidad llegó a sonreir a los chinos igual que hacían ellos con los clientes, y tal vez debido a eso. A eso y a trabajar a destajo y a unas horas en las que aquí se hace la siesta o se lleva a los niños a pasear o al catecismo o a se sale de copas. Ellos estaban siempre al pie del cañón, apuntando a los posibles clientes con su amabilidad y sus cabeceos: así desarmaban a cualquiera. Pronto se les vio al volante de cochazos que tú nunca podrás llegarte a comprar y con ropa cara que nunca venderán en las tiendas donde te compras la ropa y entrando en edificios en los que tú jamás soñarás con tener un piso. Hasta ahí todo bien, se lo habían merecido. Si tú hubieses intentado hacer lo mismo que ellos, para empezar estarías meses de baja por tortícolis. Lo malo del asunto es que ahora entras en un chino y no te saludan, ni siquiera en chino. Te hacen un gesto con la cabeza cuando preguntas donde está tal o cual cosa, te cobran mientras mastican chicle y charlan en chino con otro chino o china que tienen al lado para charlar y hacen que parezca que les importas una mierda aunque estés pagando a tocateja. Los productos que venden ya no son tan baratos y la mayoría de ellos hasta funcionan. Y el otro día fui a uno a la hora de comer y estaba cerrado. Aunque eso no es lo más preocupante. Lo verdaderamente terrorífico va a llegar el día que entres a un comercio local y el dueño te salude en la puerta con una inclinación de cabeza.

       

3 comentarios:

  1. Es curioso ver la cara que ponen en el chino cuando les pides un ábaco chino.... te miran como diciendo, eso si que vale para algo, y no sirve para vosotros...... me pasó en tres comercios chinos.

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  2. Ja, ja, ja... tienen toda la pinta de que "se saben" más listos.

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  3. jaja, pues sí yo ayer justamente andaba buscando en un bazar de estos un disfraz de insecto para niños pequeños, no, no es que yo sea una madre desaprensiva es que en su cole son muy originales, con deciros que el año pasado tocó de señales de tráfico y el anterior de verduras...

    Pues no veáis lo difícil que es explicarle a una china lo que son los insectos y sus variedades sin parecer gilipichi...¡y todo para descubrir que en los chinos los disfraces valen casi el doble!

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