Por Manuel Pérez Lourido
Es la
necedad que nos invade por todas partes lo que nos impide distinguir
las churras de las merinas, qué digo: una simple oveja de cualquier
lobo. Es la estupidez, la banalidad instalada en nuestro sistema
operativo, que cortocircuita cualquier inicio de reflexión. Somos
incapaces de juzgar lo que sucede delante de nuestras narices porque
nuestras narices se han quedado sin olfato y solo nos sirven como vía
de entrada de sustancias psicotrópicas, que se adueñan de nuestros
últimos gramos de voluntad para convertirnos en marionetas con las
que todo el mundo quiere jugar. Nos encanta que jueguen con nosotros,
entrar en el juego al que juegan todos, escupir a la pared después y
sentirnos víctimas de un entramado que no podemos desenredar.
Ejercer de persona en un mundo impersonal se percibe como demasiado
complicado y se renuncia a ese derecho antes de caer en la cuenta de
que se trata de un deber. Los más osados, llevados por impulsos aún
no marchitos de su sangre joven, se atreven a formular en voz alta
ecuaciones donde el sentido común encuentra resolución a los
problemas planteados, pero todos los demás nos damos cuentas de que
rodarían demasiadas cabezas de demasiados criminales demasiado
importantes. Es un crimen construir una sociedad que aliena y
esclaviza, que transmite el veneno de la codicia porque es de lo que
se nutre su vientre hipócrita y mezquino.
La
foto tipo del ciudadano medio en la mitad de su vida nos lo podría
mostrar aposentado en un sofá mirando el aparatejo con una cerveza
en la mano y un platito con ganchitos encima de una mesita. El botón
del pantalón desabrochado, por supuesto, y aflojado el cinturón. La
ingesta del calórico aperitivo acompaña a la de las imágenes que
vomita el aparatejo, a las que opone un ritmo mental lindante con el
encefalograma plano.
Tal vez se quiera argumentar que esta es una visión sesgada y
manipuladora de una realidad mucho más compleja. Bien, todo retrato
lo es, puesto que hay que elegir un punto de vista. Hemos optado por
el más desfavorable, es cierto, pero seguro que nada de lo que les
ha sido mostrado les parece extravagante o ha sido la primera vez que
observan las cosas bajo este prisma.
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