Sería
maravilloso escribir un texto laudatorio sobre Yoko Ono con motivo de
su octogésimo cumpleaños. Hasta el punto de escribir palabras como
“octogésimo”. Pero, ¿cómo se puede loar a alguien que tiene
“la culpa de todo” como dejaron grabado en nuestras pútridas
neuronas ochenteras los Def Con Dos. El número 80 otra vez. Bien,
haremos lo que podamos.
Procede de una familia de emperadores, samurais, banqueros
millonarios y jesuitas. Para echarse a temblar, o para echarse al
monte. Esto fue lo que intentó hacer Yoko: en cuanto su familia se
trasladó a Nueva York, se echó a la vida bohemia en busca de
libertad. Estudió arte en una escuela exclusiva (que supongo que
quiere decir “buenísima” y “carísima”) y se relacionó con
músicos de la categoría de La Monte Young y John Cage. Su familia
le retiró la palabra y el dinero y tuvo que trabajar de camarera y
hasta como profesora en una escuela pública (poca gente sabe que
llegó a caer tan bajo como esto). Estuvo casada dos veces antes de
meterse en casa de John Lennon mientras la esposa de este, Cynthia,
pasaba unas vacaciones en Grecia. Cosas de ricos. Se dice que a
Cynthia le sentó fatal verla con su albornoz puesto cuando llegó.
Lo
cierto es que lo de Lennon y Ono fue tanto un flechazo como una
abducción (el beatle llegó a ponerse Ono como
“middle name” que le dicen). Se casaron en Gibraltar, en un viaje
relámpago desde París. Más cosas de ricos. Lennon compartía su
pasión por el arte de vanguardia y participó con ella en una serie
de “manifestaciones artísticas” de esas en las que te planteas
si aquello es arte o te están tomando el pelo. La misma sensación
que he tenido al escuchar casi toda la obra musical de la japonesa. Y
es que hasta para abordar las vanguardias hay que procurar no perder
el pulso.
Se dedicó a hacer acto de presencia en las grabaciones de The
White Album, Let it be y Abbey road, en plan madrastra de Cenicienta.
La Cenicienta era Paul McCartney, claro. Macca y Ono tuvieron siempre
una relación tortuosa, a cuya mejoría contribuyeron muy poco
algunas declaraciones públicas de Yoko, como aquellas comparando a
su marido con Mozart y a Paul con Salieri. Cosas de la vanidad.
Es
incuestionable el amor que se tuvieron Lennon y Yoko y también su
propensión a mostrarse en bolas en público. En el caso de John, no
opino, pero en el de ella: más le valdría haberse quedado tapadita.
Dejaron algunos discos bastante disfrutables y una belicosa canción
Give peache a chance
(originalmente un Lennon-McCartney) que seguirá estando de moda
siempre.
Convertida en gestora de la memoria de su marido, Yoko Ono cumple
ochenta años y todos los que la detestábamos cordialmente dejamos
de hacerlo un poco. Ponemos un disco que grabó Lennon lejos de su
ojo supervisor: Walls and bridges, que fue escrito, grabado y
publicado durante los 18 meses que estuvieron separados (entre junio
del 73 y enero del 75); más que nada, por hacer gala de nuestro
fondo de armario de mala milk, y musitamos un sincero Happy
birthday, Yoko.
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