jueves, 29 de octubre de 2009

Colón Gallego, por Wenceslao Fernández-Flórez.














El señor que vemos arriba, a la izquierda es, o fue, Wenceslao Fernández-Flórez, autor de obras como "La nube enjaulada", "Los que no fuimos a la guerra" o "El bosque animado", que fue llevada al cine en versión dibujos animados luego y primero por José Luis Cuerda. A esa película, recomendable, pertenece el cartel que podemos ver a la derecha. Yo tuve la inmensa fortuna de que en la biblioteca de mi padre, Leopoldo Cota (a quien no debemos confundir con mi hermano del mismo nombre que es mucho más viejo) se encontraban en lugar preferente las obras completas de Fernández-Flórez, editadas por Aguilar en papel biblia, por lo que pude disfrutar del talento de este magnífico escritor y, sobre todo, de su capacidad para el humor, que no tiene nada que envidiar a ningún humorista pasado o presente. Nadie, con la probable excepción de Eduardo Mendoza, ha conseguido el dominio del género que alcanzó Fernández-Flórez.

Bien, hasta hoy teníamos noticia de la vinculación de Wenceslao al Colón Gallego por su pertenencia, como miembro de honor, al antiguo Comité pro-patria Colón, formado en el primer tercio del siglo pasado. Pero ahora sabemos, gracias una vez más a Fernando Alonso Conchouso, que el interés del escritor por el asunto iba mucho más allá del hecho de figurar en una lista de simpatizantes. Nos dejó un magistral relato humorístico que fue publicado en ABC en 1926 con el título "El sueño de un académico de la Historia". Hay que resaltar que por aquellas fechas, los miembros de la Academia de la Historia se acobardaron de tal manera ante la tesis del Colón Gallego que optaron en primer lugar por desentenderse del asunto. Luego vendrían los duros ataques protagonizados por Ángel Altolaguirre, a quien desenmascararemos próximamente. A esa cobardía se refiere Fernández Flórez. El académico de la Historia del relato se queda dormido, y en su sueño aparece el propio Colón. Me tomo el trabajo de reproducir íntegro el relato de Wenceslao. Ahí va:

EL SUEÑO DE UN ACADÉMICO DE LA HISTORIA.

El señor académico de la Historia se ha quedado dormido en su gabinete de trabajo. Estudiaba en el Alrededor del Mundo las costumbres en el paleolítico cuando la fatiga cerró piadosamente los ojos del ilustre personaje. El ilustre personaje produjo un ronquido de tono agudo; lo corrigió, lo perfeccionó, fue bajándolo en ensayos sucesivos, hasta hallar ese tono grave y digno que corresponde al roncar de un académico de la Historia, y ya parecía definitivamente cautivo de su monótono arte al dibujarse delante de él, en la estancia, la silueta de un hombre de cierta edad, con gorra de terciopelo y amplia chaqueta de cuello de armiño. El hombre dio unos pasos exagerando ese andar que las novelas achacan a los viejos marinos, y se detuvo para alzar un poco la gorra, de la que se escapaba una corta melena.
El aparecido.- Buenas tardes, señor. Creo que me conocerá usted sin otras presentaciones.
El académico.- Sí. Le he visto a usted en varias estampas. ¿No es usted una marca de fábrica? Esa traza la he encontrado dibujada en una botella de anís o en una caja de almidón... No estoy seguro.
El aparecido.- Pero eso aparte... En fin, yo soy Cristóbal Colón.
El académico.- ¡Cristóbal Colón!
El aparecido.- Sí; soy Colón. Aquí traigo el huevo.
El académico.- No, no es preciso... Ahora caigo en que... Siéntese. ¿Y que le trae a usted por esta casa?
Colón.- He sabido que se ocupaban de mí en estos días...
El A.- En efecto. Nos ha dado algo que hacer cierto incidente...; hasta hemos tenido que escribir unas cartas...; yo también he escrito una carta... Nunca creí que el cargo de académico de la Historia diese tanto trabajo... ¿Viene usted a darme gracias?
C. (dando vueltas a la gorra).- Precisamente a dar gracias, no. Yo quería aclarar...
El A.- ¡Un momento! ¿Ha dicho usted "aclarar"? ¿Aclarar qué? Es muy peligroso eso, amigo mío, muy peligroso. Temo no haber comprendido bien sus intenciones.
C.- Me refiero a algo que me atañe personalmente.
El A.- ¡Cómo personalmente! ¡Esa es buena! Personalmente nada le atañe a usted. Parece mentira que no comprenda lo que es tan sencillo. Usted, en vida, habrá hecho todo lo que haya tenido por conveniente; pero ahora ha pasado usted a ser propiedad de la Academia de la Historia. Nosotros le administramos, le definimos, le acaparamos. A usted y a todos los personajes fallecidos. Somos sus procuradores. Más aún: somos su padre y su madre.
C.- Pero de mí se ha dicho...
El A.- No le importe a usted lo que se diga. Aquí no hay nadie que pueda hablar o escribir acerca de usted más que nosotros.
C.- Si usted me permite... Lo que yo deseo es confesarle a usted que, verdaderamente, yo he nacido en Galicia.
El A. (incorporándose).- ¡Es usted un impostor!
C.- Se lo aseguro. Tómese la molestia de examinar las pruebas que le ofrecen. Ahora no tengo motivo alguno para ocultar mi origen. Soy gallego.
El A.- ¡Gallego! ¿Está usted loco? Comprenda que éste es un golpe demasiado rudo. Usted no puede ser gallego sin que lo decretemos nosotros. Usted es un hito en la Historia; La Historia es nuestra pupila. De usted se dijo siempre que era genovés... Luego, que no se sabía de dónde... Ahora que nació en Pontevedra... Es demasiado. Le suplico que no se meta en nuestros asuntos.
C.- Disculpe usted que insista...
El A.- No puedo consentir... Voy a ser franco. La Historia...; bueno, la Historia sirve para no sé cuántas cosas, pero su mayor utilidad consiste en dar lugar a la Academia de la Historia. Sin Historia, no podía existir esta Academia; y sin esta Academia, yo creo- aquí, entre nosotros- que la Historia valdría un comino. Yo soy académico por mis amistades, por mis cargos políticos, por mi situación social...; y estoy muy contento. Es un título prestigioso. Pero yo no he venido aquí para trabajar a destajo. ¿Comprende usted? Yo no estoy en edad ni en condiciones de trabajar. ¿Voy ahora a perder mi tiempo y mi dinero en investigaciones? No. Pero tampoco he de consentir que los demás, los pobres diablos que no son académicos, den a entender a la gente que aún hay muchas cosas por hacer. ¿Qué es lo que hay por hacer? ¡Tonterías! La Historia está completa hasta el presente. Mis padres y mis abuelos creyeron toda su vida que usted era genovés, y les fue tan ricamente. Lo mejor es no remover este asunto. ¿De acuerdo?
C.- Siento mucho...
El A.- ¡Caballero: el que diga que Cristóbal Colón nació en Pontevedra nos infiere una ofensa personal! ¿Aún insiste usted?
C.- Aún insisto.
El A.- En ese caso...
El académico abre rápidamente un cajón de su despacho, coge un revólver y dispara un tiro contra Colón. Don Cristóbal cae. El académico esconde el cadáver en un armario murmurando:
-  Era preciso. El infame quería desprestigiarnos ante el extranjero.

W.  Fernández-Flórez (ABC,  28 de agosto de 1926)

Así fue, tal como lo contaba Wenceslao. La Academia de la Historia, aterrorizada ante el Colón Gallego y las pruebas que se le echaban encima, optaron por la vía más rápida para resolver el asunto. Sacaron una pistola, mataron al Colón Gallego y escondieron el cadáver en un armario. Pero el Colón Gallego tiene siempre la facultad de levantarse y aparecer de vez en cuando en las pesadillas de alguien.

Feliz Halloween.

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