domingo, 25 de octubre de 2009
Realidad y ficción. La duquesa Roja.
Es difícil en ocasiones definir la realidad, diccionarios aparte. De hecho "realidad" y "verdad" tienen significados diferentes, aunque parecidos. Si "verdad" es la contraposición de "mentira", la de "realidad" es "ficción", y la ficción es mentira por definición. No estamos hablando en términos de linguística o etimología, y aclarado ya, sépase que hablamos para entendernos. La realidad es la percepción que tenemos de algo. Y ese algo provoca percepciones de realidades diferentes. Si vamos, por ejemplo, a una boda a la que asisitimos cien invitados, encontraremos al día siguiente cien realidades diferentes. Para uno de los invitados, la celebración habrá sido un fracaso porque su novia se lió con otro. Su percepción, y por tanto su recuerdo serán desagradables para él. Y esa es su realidad.
Otro de los invitados, pongamos, apreciará una realidad bien diferente. La comida fue estupenda, la música magnífica y, aún por encima, se lió con la novia de otro. Del mismo hecho surgen realidades diferentes y contrapuestas. Por tanto el concepto "realidad" depende de la visión, interpretación u opinión que cada uno tenga de ella. Pero siempre parte de un mismo hecho. La realidad puede retorcerse o adaptarse, pero el problema surge cuando desconocemos el hecho en sí incluso llevándonos a crear una mentira, o una ficción, con lo que hasta la percepción deja de serlo para convertirse en otra cosa. Sería el caso de un tercer invitado que al día siguiente no cree haber estado en una boda, sino en un concierto de la Pantoja o en un seminario sobre agricultura ecológica impartido por una señora gruesa.
Un caso paradigmático es el de la "duquesa Roja", duquesa de Medina-Sidonia fallecida hace algunos años. Heredera de uno de los archivos más completos y antiguos del mundo, dedicó su vida al estudio de miles de documentos. Podemos pensar que precisamente un documento es una de las realidades que menos interpretaciones ofrece, pues por sus propias características fue escrito para constatar un hecho de la manera más precisa posible, pero, como veremos, no es así. Hacia el final de su vida la duquesa publicó una obra titulada "África versus América". En ella sostiene, como el invitado que cree no haber asistido a una boda, una serie de interpretaciones simplemente delirantes de toda esa documentación custodiada durante siglos por sus ancestros.
Así, Luisa Isabel Álvarez de Toledo, que así se llamaba la señora que vemos arriba, tras toda una larga vida dedicada al estudio e interpretación de las realidades en forma de documento que guardaba en su magnífico archivo, llega a las siguientes conclusiones:
América llevaba mucho tiempo descubierta el día en que llegó Colón. Nada que objetar. Si bien fija ese descubrimiento varias centurias antes de lo que parece razonable, hasta aquí no tenemos más que una de tantas teorías sobre el momento en que el mal llamado "nuevo continente" fue contactado por primera vez.
Musulmanes y cristianos, dice la duquesa, mantuvieron durante siglos y hasta el mismo momento del descubrimiento, en 1492, un contacto estable, regular e ininterrumpido con el continente Americano. Ahí empieza a patinar seriamente nuestra amiga la duquesa. Sostiene incluso que se mantenían en América explotaciones agrícolas y mineras y tráfico de esclavos. Ya que los documentos que ella tiene no dicen tal cosa, Luisa Isabel resuelve el problema iniciando una carrera de duplicación de nombres. Cuando el texto hace alusión a las Islas Afortunadas o Canarias, Luisa Isabel asegura que se refiere a otras islas de igual nombre ubicadas en América. Ya que sus documentos se refieren a contactos comerciales entre Europa y África, la señora empieza a situar en América un lugar llamado Guinea, un Túnez...
Pero esa carrera loca hacia la irrealidad la empuja cada vez más allá. Si encuentra una antigua crónica en la que se hace alusión a una manada de elefantes, no le queda más remedio, ya metida en danzas, que afirmar que en América había elefantes, y ya subida a un elefante, Luisa Isabel se monta también en camellos, vacas, caballos, inventando una fauna tan irreal que ni siquiera es necesario demostrar que se equivoca, pues todo el mundo sabe que tales bichos jamás llegaron a América hasta la llegada de los europeos, e incluso algunos de ellos, como camellos o elefantes tuvieron que esperar a que América se independizara y las nuevas naciones surgidas de las ansias de libertad de sus pueblos decidieran construir zoológicoz. Zí, azí fue. Y ya eztá.
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