jueves, 15 de octubre de 2009

Escritores correctores. Sobre escritores fantasma o negros literarios.


También llamados últimamente “mercenarios”, que a mí me gusta más por creer que se ajusta de manera más precisa a la función que ejercemos de escribir para quien pague. Existen escritores que, por evidente falta de tiempo deciden contratar artículos o prólogos, por ejemplo, a otro escritor. También se da el caso de personajes a quienes alguna editorial encarga una novela contando con que su popularidad es en sí una garantía de venta. O personas contratadas para pronunciar una conferencia o leer un pregón que no están capacitadas para escribir el texto o, una vez más, carecen del tiempo necesario para hacerlo.

Es en estos casos cuando se necesita a un escritor que haga el trabajo que otros no pueden o no desean hacer. En líneas generales, la relación contractual entre quien firma la obra (a quien llamaremos formalmente
autor, pues figurará como tal) y quien la escribe (escritor en adelante) no difiere mucho de la que se debe dar entre un corrector de textos y un autor. Pero sí existen ciertas diferencias que debemos señalar.

El autor debe saber que el escritor a quien contrate sabrá hacerse pasar por él en el momento de escribir. Si el autor, sobre todo, tiene obra previa publicada, ha de facilitársela al escritor para que éste pueda escribir respetando estilos. Se trata de que el lector no pueda percibir que hay una diferencia de estilos, o en otras palabras, que no se note que el texto ha sido escrito por otra persona.

En todo caso, se trate del tipo de obra que sea (novela, ensayo, artículo, etc.), autor y escritor deben fijar un esquema previo.

Articular la obra desde todos los frentes y acordar temática, argumento, desarrollo, extensión. Todos estos extremos han de establecerse con rigor antes de empezar, pues lógicamente ambas partes deben saber qué trabajo ha de hacerse con una aproximación cercana a la exactitud.

En el caso de un ensayo o un trabajo técnico, el escritor ha de contar con toda aquella información previa que se necesite para abordar el trabajo. Si el autor no cuenta con esa información y desea que el escritor la obtenga por su cuenta, ha de aclararlo de antemano.

Dicho ésto, es necesario aclarar que, como en el caso de la corrección de estilo, el control del proceso creativo, debe estar siempre en manos del autor, quien como cliente que paga ha de obtener aquello que desea.

Para poder hacer efectivo ese control, yo propongo también en este caso que el trabajo sea dividido en entregas previamente acordadas. El autor ha de dar su aprobación a medida que el trabajo se vaya entregando y hablar con el escritor sobre aquellas partes que desee ampliar, suprimir o modificar.

Es famoso el caso de una conocida presentadora de televisión cuyo escritor incluyó pasajes enteros plagiados de otras obras perfectamente reconocibles con intención clara de perjudicar a la autora. Es evidente que algo falló, y el resultado no benefició a ninguna de las partes: la autora sufrió un gran golpe a su prestigio y el escritor difícilmente será llamado para un trabajo similar. Conozco varias versiones sobre el asunto. No voy a enumerarlas, pero todas ellas coinciden en que el escritor se sintió engañado por su clienta y decidió vengarse colando los fragmentos plagiados. Muy mal hecho, pues además de demostrar una falta de profesionalidad absoluta, hizo lo último que debe hacer un escritor, trabaje para sí mismo o para un tercero, que es el plagio. Lo que debería haber hecho es negarse a entregar el trabajo. Pero el caso nos demuestra que debe haber una línea de comunicación permanentemente abierta entre autor y escritor. La situación no se hubiera producido si
ambas partes hubieran establecido de antemano, incluso por escrito, a qué se comprometía cada uno.

El acuerdo debe incluir, en primer término una estricta cláusula de confidencialidad que comprometa al escritor, así como una renuncia explícita a cualquier derecho sobre el texto. Todo, plazos de entrega, precio y forma de pago, ha de ser previamente establecido.

El autor ha de ser quien de la aprobación final al texto, pues es él quien lo firma y ha de defenderlo.

Como en el caso de la corrección de textos, ya que los escritores correctores suelen compaginar ambas tareas, que no se diferencian tanto como a primera vista puede parecer, la comunicación entre escritos y autor ha de ser constante y fluida. De esa manera el trabajo se irá desarrollando con acuerdo de ambas partes en cuanto a estilo y contenido. Las entregas periódicas de trabajo permiten al autor ir señalando, a lo largo del proceso creativo, aquellas partes con las que no está conforme, de tal manera que el escritor pueda ir fijando el trabajo hecho antes de seguir avanzando en el desarrollo. Es importante también, no obstante, establecer de antemano un esquema de la obra, que debe estar estructurada a satisfacción del autor.

Siguiendo estas pautas, lo habitual es que el trabajo resultante salga a entera satisfacción del cliente. Que es lo que se pretende, claro está.

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