sábado, 13 de febrero de 2010

El Tubo de Mirar. Noveleta humorística. Capítulo IX.

El Tubo de Mirar. 

Capítulo IX. Carta a Felicita.


Lentamente me fui recuperando. Debo reconocer que el pobre Cancerbero fue durante aquella penosa convalecencia mi única compañía, mi apoyo. El que lamía mis heridas.

Tuve mucho tiempo para pensar en todas aquellas cosas que arbitrariamente me venían a la mente, que dado mi estado de ánimo eran principalmente pensamientos tristes, cuando no tenebrosos.

Recordé compungido mi infancia cruel, mi adolescencia inexistente, mi inútil juventud y mi insulsa madurez. Recordé a mi padre travestido de aguacate, preguntándonos a mi hermana y a mí de que fruto exótico nos disfrazaríamos cuando fuéramos mayores. A mi madre, haciendo las maletas cada dos por tres y haciéndose traer caviar del Báltico mientras nosotros chillábamos pidiendo pan y nos desnutríamos por momentos. En fin, recordé a mi hermana , tan bella, ofreciéndose a todos los ancianos sin recursos buscando el amor imperecedero. Con el paso de los días aquellos pensamientos fueron derivando hacia otros mas alegres, a medida que mi cuerpo se iba recomponiendo.

No di entonces por perdida a Felicita. Estaba seguro de que tarde o temprano comprendería que no hay hombre en el mundo como yo, bajito y melenudo al que le supure un ojo y tenga una oreja de duendecillo.

Pero no era aun momento de volver a ella. Debía dejar que las aguas fueran volviendo a su cauce y sus hermanos a Soria.

Cuando fui capaz de erguirme volví al Tubo. El Tubo de Mirar era mi salida y la puerta a Felicita. Ella había logrado ver algo y sin duda aquello la impresionó profundamente. Sin el Tubo yo no era mas que un inútil. Con él me convertía en alguien. En una persona capaz de crear un universo mágico, o al menos capaz de descubrirlo.

Pasé horas y horas con él, siempre sin conseguir resultado alguno, pero sin perder la fe.

Un día, agotadas mis provisiones de Crunchy Fruits chocolateados, que eso y agua había sida mi única fuente energética, salí trabajosamente de casa.

En las escaleras me cruce con la presidenta de mi comunidad, quien horrorizada por mi aspecto, yo con la cara entumecida y sin afeitar (por estar entumecida), preguntó por las causas de tan lamentable estado. Yo le dije que sin querer me había visto envuelto en una conspiración internacional para acabar con mi vida, pero que gracias a Dios y a mi habilidad para las artes marciales había conseguido descubrir la trama y desactivar una red de traficantes de armas biológicas derribando un puesto de frutas durante una persecución y consiguiendo el amor de la camarera del restaurante chino. Ella se mostró sorprendida y alabó mi fortaleza y determinación y se ofreció para ayudar en lo que fuera posible. Yo entonces le pedí si podía ella subir a mi casa para limpiar las cacas que Cancerbero y yo, impedido como había estado, habíamos depositado durante todos aquellos días, a lo que ella se negó en redondo. No obstante le di las gracias como el caballero que soy y me despedí.

Cuando volví a subir tras hacer la compra y robar una camelia limpié un poco y comí. Las fuerzas volvían a mí. Continué con mi trabajo con el Tubo, día tras día. En previsión de un gran descubrimiento improvisé un trípode para mantener el Tubo inmóvil y puse junto a la mesa un bolígrafo y un papel para anotar mis impresiones y una cámara de fotos instantánea para intentar captar las imágenes que se me ofrecieran.

Primero dirigí el Tubo a mi mueble mas preciado, allí donde Felicita había creído ver una ciudad. Fue inútil. Luego fui poniendo diferentes objetos, dedicando varias horas a cada uno. Leí varias veces la carta que usted me escribiera sin encontrar ningún secreto escondido entre sus líneas.

E insistí, una y otra vez, durante meses, sin salir de casa más que para comprar comida y tabaco y robar camelias. Me olvidé por completo de Casa Paca, de las discotecas, lugares a los que no acudí ni siquiera cuando ya estaba totalmente recuperado, en plena forma. Aquel era mi único objetivo, aunque sólo lo fuera como vehículo para recuperar a mi dulce Felicita.

Y un día mi perseverancia dio al fin sus frutos. Examinando una vieja guía de teléfonos, sección proctólogos, con la que llevaba trabajando varios días, se me apareció con absoluta nitidez lo que sin duda eran los vestigios de una civilización abandonada y sin vida. Se distinguían restos de construcciones sobre un terreno árido. En algún momento, aquella guía había albergado vida. Se advertía el trazado de alguna calle y poco más. Rápidamente cogí mi cámara y la acerqué a la parte del tubo manchada de ketchup. Tome varias fotografías, todas iguales. Me vestí a toda prisa y llevé el carrete a revelar. Nunca me he fiado de la moderna tecnología digital, en mi opinión, un maldito invento de Satanás. Me dijeron que volviera en una hora, tiempo que aproveché en reunir algunos fondos atracando un estanco donde me apropié del producto de las ventas y tres cartones de ducados y volví a la tienda de fotos. Saque mi navaja para no pagar el revelado y regresé a mi casa. Las fotografía eran buenas. Volví a mirar por el Tubo y tomé sobre el papel las anotaciones para realizar un trabajo de campo lo mas exhaustivo que pude.

El Tubo de Mirar del Dr. Padin, entonces, funcionaba.

Intentando contener el frenesí que me invadía tomé nuevamente bolígrafo y papel, esta vez para escribir la siguiente carta a Felicita:


"Admirada Felicita:

¿Como empezar esta carta?, ¡si usted supiera lo difícil que resulta esto para mí!. Han pasado interminables meses desde nuestro ultimo y desafortunado encuentro y ni por un sólo instante he conseguido dejar de pensar en usted. Me he enterado por la prensa de que su fundación va viento en popa, lo cual me ha causado inmensa alergia. Alegría.

Si no me he puesto antes en contacto con usted, Felicita, ha sido por varios motivos. Estuve algún tiempo mal de salud a causa de una paliza que me propinaron dos caballeros. A Dios gracias hoy estoy plenamente recuperado. Por otra parte no me consideraba merecedor de su atención y el temor a que usted me hubiese retirado de su memoria me impedía tomar esta pluma, pero finalmente el corazón se ha impuesto a la razón y aqui estoy, escribiendo al fin estas lineas con mano temblorosa. Sé que tiene sobrados motivos para odiarme, sé que no tengo argumentos para solicitar clemencia y comprensión, sé que sólo soy merecedor de su justa indiferencia, pero se también que la sigo adorando cada día con mayor intensidad y tengo el brazo chueco de tanto imaginarla a usted encamada con un oso hormiguero.

¿Habrá pensado usted en mí al menos durante un efímero instante con la misma intensidad?, ¡tan vana esperanza albergo yo, tal es mi locura!

Otra, sin embargo, es la excusa con la que yo escribo estas líneas. Durante este tiempo de desazón y convalecencia me he refugiado en mi Tubo de Mirar, y con él he obtenido un pequeño éxito que me llena de satisfacción. Como pequeña muestra, adjunto una de las fotografías que he tornado. Como verá, mi descubrimiento es bastante mas modesto que el que hizo usted aquel día en mi casa. Aquí no hay vida, ni movimiento, ni más luz que la que parece ser la natural de la zona, pero hay vestigios de lo que pudo ser una tierra habitada. Es, en fin, la prueba de que usted no veía visiones, sino algo tan real como el sincero afecto que siento por usted. Esto confirma también que la vida puede estar en todas partes. En cualquier objeto inanimado podremos encontrar civilizaciones, incluso galaxias enteras, ¿se imagina lo que ésto puede significar?, esta fotografía la he tornado con el tubo apuntando a una guia telefónica, concretamente a una esquina de la sección de proctólogos. ¡Al fin veo cómo el sueño que me llevó a crear mi modesto aparato óptico tenía fundamento! Esto me inspira y me anima a seguir con mis investigaciones. Me he decidido a compartir mi descubrimiento con usted porque es la única persona que conoce mi secreto y porque, como es natural, confío plenamente en la reserva con que tratara mi información, que puede tener, como usted imaginará, connotaciones de muchos tipos, incluyendo cierto peligro para la integridad física de las personas que conozcan este asunto. ¿Me permitirá seguir en contacto con usted y contarle las nuevas que vayan ocurriendo? Ahora que tengo la prueba de que mi artilugio funciona espero grandes progresos.

Sé que merezco su desprecio, Felicita, y que no merezco ni la oportunidad de explicarme, pero, ¿podré contar con usted como inventor?

Le envío un saludo afectuoso, y otro de parte de mi fiel Cancerbero, quien, muy a mi pesar ha conseguido llegar con usted mucho más lejos de lo que he soñado yo.

Le agradeceré que también transmita mis saludos a su padre y a sus aguerridos hermanos Armonio y Amoroso.

Suyo Afectísimo:

Eugenio Padín.


Introduje la carta en un sobre tras rociarla con desodorante a falta de perfume y yo mismo fui a depositarla en el buzón de Felicita, para ahorrar trabajo al cartero y un sello a mí mismo.

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