domingo, 21 de febrero de 2010

El Tubo de Mirar. Noveleta humorística. Capítulo X.

El Tubo de Mirar.

Capítulo X. La respuesta de Felicita.
 


Aquella noche, tras rezar mis oraciones me acosté, e incapaz de dormir comencé a dar vueltas en la cama y a pensar en las implicaciones de mi descubrimiento y de lo que sobrevendría. Si lo que había visto Felicita era real (no me cabía duda de que mi avistamiento sí lo era y las fotografías así lo demostraban), es decir, si realmente podría existir una ciudad habitada y por tanto, vida, ¿qué responsabilidad debía asumir yo sobre el destino de aquellos seres?, ¿qué preguntas se harían ellos sobre su universo?, parecía evidente que yo tendría en mis manos el poder de observarlos y de destruirlos pero difícilmente la posibilidad de comunicarme con ellos, en cuyo caso yo sería para esos seres como un Dios. Y mas aun, ¿que aspecto tendrían, en caso de ser todos iguales?, pues posiblemente habría cientos o millones de mundos diferentes poblados por todo tipo de seres.

En ese caso esos humanos diminutos, solamente visibles con el Tubo no serían tan pequeños si yo me pudiera volver de su tamaño. Sus muebles más preciados serían proporcionalmente del mismo tamaño que el mío. Podrían entonces encontrar con un Tubo de Mirar una civilización en su interior. De esa manera no existiría una medida mínima sino que ésta sería infinita.

¿Sería el mundo que yo conozco parte del mueble mas preciado de un ser inmenso cuyo universo se encuentra a su vez en el interior del mueble más preciado de otro ser aun mas inmenso?, ¿por qué no?

Tras pasar la noche cavilando por fin me quedé dormido, actividad que me llevó a un nuevo atardecer. Al despertar estaba hambriento y sediento. Me vestí y salí. Por primera vez en mi vida me había ganado un descanso. Fui a Casa Paca y allí departí con otros clientes sobre el tiempo. No nos pusimos de acuerdo y la discusión fue subiendo de tono hasta que Paca tuvo que templar gaitas. De camino de vuelta a casa me encontré al padre corpulento del muchacho del segundo, quien me preguntó solícito por mi hermana y su tumor. Yo le dije que había mejorado bastante y ya hacia una vida normal, si bien un poco desorganizada porque su marido, que era mi cuñado, a quien al fin ella era fiel, había perdido las cinco extremidades en un accidente absurdo durante una partida de chinchón y los mejores cirujanos del mundo intentaban reimplantárselos con ciertas probabilidades de éxito. Él dijo que lo sentía sobremanera y luego para cambiar de tema me preguntó si ya no salia en bicicleta, ahora que su hijo tenia una nueva y la vieja era de mi exclusiva propiedad. Yo le contesté que últimamente no había salido mucho de casa, pero que ahora que estaba un poco más desocupado comenzaría a hacer nuevamente uso de la bici, que muchas gracias. Él me dijo que ahora que la bici era mía podía si era mi gusto quitarle los ruedines y yo le dije que no, que no quería correr el riesgo de matarme en una curva y que ninguna medida de seguridad era poca y más en estos tiempos en que los ciclistas morían por centenares en las carreteras y,  reflexivo, achaqué el problema a la globalización y al cambio climático. Lo dejé pensativo y subí a casa. Limpié las cacas de Cancerbero, me puse mis sandalias de charol, mi camiseta de Alice Cooper, arreglé mi melena y me fui a la discoteca a bailar y emborracharme. Una jovencita me pidió fuego y yo le dije que si sus intenciones eran deshonestas debía rechazarlas frontalmente pues mi corazón pertenecía a otra. Ella me dijo que sólo esperaba de mi que le prestase ayuda para encender su cigarrillo, pero que ya que me ponía así que me fuera a la mierda con mi mechero. Yo le reí la gracia y ella se fue. Seguí bebiendo hasta que un policía municipal me despertó sobre el círculo central del estadio municipal, o campo de fútbol de Pasarón, donde tantas gestas ha protagonizado nuestro bravo equipo, el Pontevedra CF en sus tardes de gloria. Me preguntó cómo había llegado hasta allí y yo le dije que lo desconocía, pero que creía haber sido víctima de una jovencita que introdujo droga en mi bebida como venganza por haberme negado a acceder a sus sucias pretensiones en la discoteca. Él me dijo que ya, ya, que me largara de ahí si no quería que me llevara detenido y que no volviera alas andadas, que aquí nos conocemos todos. Volví nuevamente a mi casa, donde pasé la tarde vomitando y con gran dolor de cabeza. Bebí luego un largo trago de ron para matar la resaca y me encontré mejor y me quedé otra vez dormido, hasta que mi fiel compañero el perrito Cancerbero me despertó para que le diera de comer.

Eché un vistazo al Tubo de Mirar. La imagen era la misma, aquellos restos de una población abandonada. Quite la guía de teléfonos toda vez que no esperaba nada más de ella y comencé a probar con otros objetos. Trabajé sucesivamente con una colilla de ducados, un viejo cinturón, una caca de Cancerbero, un tazón de Crunchy Fruits, mi mueble más preciado, el pasamontañas que utilizo para atracar papelerías, el pañuelo de los mocos, un cartón de leche, mi camiseta “festa da ameixa”, mi lata de mejillones y las llaves de mi casa. Nada. Pasé así varios días sin salir, tomando nota de cada objeto estudiado, rechazándolos en la mayoría de los casos y dejando otros que me parecían más prometedores para trabajar en ellos más adelante.

Un poco decepcionado, decidí tomarme un respiro y bajar a por tabaco. A la vuelta encontré en mi buzón una carta de Felicita. Con el corazón desbocado subí a casa, me senté y la abrí. Esto es lo que decía:

Estimado Eugenio:

Faltaría a la verdad si dijera que no me agradó leer su atenta carta, si bien la abrí con ciertas dudas. Espero que lo comprenda.

Han pasado muchos meses sin tener noticias suyas y por ello me he alegrado doblemente de sus progresos con el Tubo de Mirar. Huelga decir que guardo las reservas que usted me solicitó y me emociona ser la única persona, aparte de usted, que conoce tan increíble secreto. Espero seguir al tanto de la evolución de sus trabajos. Me ha dado mucho que pensar el saber que pueden existir mundos tan maravillosos en lugares tan insospechados.

En efecto, nuestra Fundación marcha mejor de lo esperado. Las instalaciones están prácticamente terminadas y hemos conseguido además que la Universidad de Santiago colabore con nosotros a través de varios proyectos de investigación que una vez puestos en marcha nos pondrán a la altura de los mejores. Estoy francamente orgullosa de mi trabajo y me satisface decirle que mi familia está encantada con todo esto.

Es usted incorregible. Me siento halagada, por descontado, al saber que ocupo un pequeño lugar en su corazón, pero debe usted saber que mis sentimientos hacia usted son puramente fraternales. Me repugna usted como hombre. Antes que emparejarme con usted me sumergiría en una piscina de aceite hirviendo, rociaría después mi cuerpo entero con gasolina, me prendería fuego y me reventaría el cráneo de un cartuchazo. No debe esperar de mí nada más que una amistad sincera y fraternal. Deseo que esto quede absolutamente claro.

He cumplido el encargo de transmitir sus saludos a mi familia. Mis hermanos me piden que le haga saber que no olvidan el cordial encuentro que mantuvo usted con ellos. Desconocía ese encuentro, que me alegra.

Espero que se acerque un día a conocer nuestras instalaciones y, sobre todo, cuando vuelva a encontrar usted una maravilla con su Tubo de Mirar, ¿me avisará para verlo en persona?"

Besé la carta. Evidentemente, Felicita me amaba.

3 comentarios:

  1. Oye Rodri, no publiques este comentario.
    Eres rarito y pusiste TIVO de mirar, te aviso por si fue un fallo. Besos. Alcaldepedras.

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  2. Pongo a prueba a mis lectores. De vez en cuando cometo un error a propósito, y como lo que acabo de decir es mentira, gracias.
    Un abrazo.

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  3. Es muy bonito cuando detras de lo que ya conoces aparece una nueva sorpresa.

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