domingo, 16 de mayo de 2010

El Tubo de Mirar. Noveleta humorística en entregas.

El Tubo de Mirar.


Capítulo XVIII: En el que pierdo el Tubo de Mirar, a Joaquinito y mi Smith and Wesson, y de cómo los recupero. 


Dormí, Doctor Padín, como no lo había hecho nunca antes, si exceptuamos las anteriores ocasiones en que había dormido a lo largo de mi vida. Me levanté, me duché, me tomé mi tazón de Crunchy Fruits chocolateados, recorté el cupón de la caja de cereales, lo guardé con los otros cupones. 17 más, pensé, y podré optar al sorteo de otra caja de Crunchy Fruits. Con ese pensamiento, me vestí alegremente, camiseta de Alice Cooper, sandalias de charol, pantalones bombachos, una sola trenza, ladeada. Me acerqué a la plaza de la Herrería, robé una camelia hermosa de un árbol, jugueteé con las palomas, me acerqué a la tienda para gourmets de la calle Peregrina y compré trufas, caviar, un kilogramo de angulas, morritos de lechón, tarta de almendras de Fina Rei, una botella de Vega Sicila del mejor año. Nunca antes había tenido invitados a comer en mi casa. El dinero del americano era largo y quería yo agasajar a mi ayudante Joaquinito con manjares tales que consiguieran hacerle olvidar en un instante, y de una vez para siempre, toda su triste infancia. Subí a casa, me encontré con el padre corpulento del muchacho del segundo, le dije que la bici, guardada en el taller, me prestaba servicios impagables, como medio de transporte y como mayor bien de mi empresa ahora que me había establecido por mi cuenta, y que nunca olvidaría ni dejaría de agradecer tan magno presente y le pregunté por su hijo, el muchacho del segundo, que estaba bien. Seguí subiendo las escaleras y llegué a mi puerta. Sin perder la alegría comencé a preparar los morritos, siguiendo al pie de la letra la receta de mis antepasados.

Joaquinito no llegaba, así que me bebí la botella, me comí los morritos, la tarta de Fina Rei, el caviar, las trufas y las angulas, en este orden. Una buena siesta y a trabajar. Me dirigí al taller, caminando, con las sobras de la comida para Joaquinito y Cancerbero, igualmente en este orden, claro, que primero los de mi especie si son como si fueran mis hijos adoptivos. Iba con la ingenua idea de reprender a mi recién estrenado ayudante por su incomparecencia. 

Mas al llegar al taller mi mal humor devino en grave preocupación. Nada más cruzar la puerta noté que algo no iba bien. De un primer vistazo caí en que el Tubo de Mirar no estaba en su sitio. Los archivos, fotografías incluidas, se encontraban sin orden ni concierto desperdigados por el piso. Un examen más atento y pormenorizado me llevó a la certeza de que tampoco estaban Joaquinito ni mi revólver. Cancerbero compareció a los pocos segundos quejoso y con mirada perpleja, renqueante.

Nunca antes había perdido tanto en tan poco tiempo, máxime teniendo en cuenta que sin el Tubo también daba por perdida a la dulce Felicita. Así, mi novia, mi hijo adoptivo, mi Tubo de Mirar y mi Smith and Wesson se habian volatilizado en una suerte de arte de birlibiloque, sea eso lo que sea, y en menos que canta un gallo. Frenético, comencé a esbozar teorías, una tras otra. ¿Me habría traicionado Joaquinito, el Nino Expósito? No, concluí. Hubiese esperado a comerse los morritos. ¿El chico de la tienda de fotos?, probable. Acaso las personas que habían mandado al americano Yómfili Sebas, habían decidido cortar por lo sano, robando el Tubo y secuestrando o asesinando al niño. Tampoco cabía descartar a la propia Felicita, tan esquiva como poco veleidosa, aunque, pensándolo bien, si ella ambicionase el Tubo yo se lo hubiera entregado al primer pestañeo y sin condiciones.

Llevaba mi bolsillo lleno de dinero, así que opté por ir a Casa Paca, liquidar mi deuda y beber algo. Cogí al bueno de Cancerbero, monté en mi bici, y a Casa Paca.

Allí, unos vinos, unas copas y a la disco, a mover la trenza. Rechacé amablemente varias incitaciones al baile y al consumo desaforado de sustancias prohibidas. Olvidando a Felicita, al Tubo, a Joaquinito y el arma, estuve bailando inconscientemente hasta altas horas de la madrugada. Llegué a casa guiado por Cancerbero, éste enfadado por haber permanecido tanto tiempo en el guardarropa de la disco, al cuidado, eso si, de la encargada, una chica de confianza que le hizo carantoñas.

Al día siguiente, por la mañana temprano, me despertaron unos violentos golpes en la puerta de mi digno domicilio. Salté de la cama y antes de abrir apliqué mi ojo bueno a la mirilla, no fuera a ser que, estando como estaban las cosas, algún desaprensivo pretendiera atentar contra mí, o alguna linda muchacha viniera a violarme.

Alegremente abrí la puerta al ver a Joaquinito, el Nino Expósito, que traía en una mano el Tubo y en la otra el revólver.

- Pasa Joaquinito.
- Doctor, -respondió el chico- ¿puedo comer algo?, estoy hambriento.
Le abrí paso, le preparé Crunchy Fruits con leche y escuché con paciencia y resaca las explicaciones que me debía y que traslado al siguiente capítulo.

3 comentarios:

  1. Por fin vuelves a publicar el episodio de ´´El Tubo de Mirar´´ a tiempo, gracias, moito obrigado, zen kiú beri mach.
    Por cierto, ¿donde se consigue la tarta de ´´Fina Rei´´?
    ¿es de almendras, variación de la de Santiago?
    o, por el contario¿es abizcochada?
    ¿Podrías darnos la receta?

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  2. Saludos, Santano. Las tartas de almendra de Fina Rei esxisten el la vida real. No tienen nada que ver con las de Santiago. Su suavidad y textura la convierten en el más delicioso dulce que podrá disfrutar un paladar. Las fabrica Fina Rei en Allariz. Gran tarta, Las venden en tiendas selectas.

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  3. Alegria del Hogar17 de mayo de 2010, 16:16

    Que bien, Rodrigo.Esta vez no nos hiciste esperar demasiado. Soy la mas fiel seguidora del tubo.
    Santano si nunca probaste la Torta Fina Rei no sabes lo que te pierdes. Pero no creo que la encuentres en el Carabela.

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