Curro

Me quedé estos días a cargo de un perro que se llama Curro. El animal, más que un perro parece un engendro de Satanás. No cabe otra posibilidad, pues Dios jamás permitiría a la naturaleza crear algo tan horrible, y ningún criador que estuviese en sus cabales podría inventar una raza que desafía de tal manera los más elementales principios de la genética, de la lógica, del buen gusto y del sentido común.

Voy por la calle avisando a todo el mundo que el perro no es mío. "Es de mi hermano, que está fuera". Si yo tuviese un perro así, desde luego no volvería jamás a recogerlo, pero curiosamente mi cuñada y mi hermano lo quieren.

Uno de estos días me encontré a un conocido en la calle, quien me informó de que esa raza en concreto es muy apreciada por la aristocracia británica. Le dije que la aristocracia europea es fruto de siglos de bodas entre primos, circunstancia que en Inglaterra se vio acrecentada por una primera fase histórica de aislamiento y posteriormente, a partir de Enrique VIII, por los impedimentos a  los enlaces con católicos, lo que dificultaba a un británico casarse con una prima del continente, y que si lo que quieren esos aristócratas endogámicos es tener una mascota elegante, una rata vieja y rabiosa sacada directamente de una cloaca cumpliría esa función con mayor prestancia, incluso estando muerta y podrida. Disimulé luego mientras un niño se acercaba a acariciar la cara de Curro, que estaba cargada de babas, porque él tiene la habilidad de generar el volumen de babas necesario para llenar en quince minutos una piscina olímpica. "Que se joda el niño", pensé mientras él se limpiaba las manos disimuladamente en las faldas de su mami.

El señor seguía hablando de la aristocracia inglesa. Resulta que los dueños del animal están precisamente en Londres. Podrían habérselo llevado y hacerse pasar por aristócratas ingleses. Pero no. Me lo dejan a mí.

Intenté ofrecerlo a algún degenerado que quisiera acostarse con él a cambio de mantenimiento, pero Pontevedra es una ciudad de costumbres trasnochadas y conservadoras en la que nadie quiere mantener relaciones en público con un chucho lleno de mocos. Mi carrera como proxeneta de Curro no consiguió despegar. Así, llevo todo el puente recogiendo las cacas del cuadrúpedo. De vez en cuando un defensor de los animales se acerca a él y dice: "¡qué bonito!" Siempre hay algún listo que dice entender el Guernica.