miércoles, 27 de febrero de 2013

No violencia e inacción




Me pregunto a veces por qué en España no se monta una revolución como dios manda. Hay tanta gente que no tiene nada que perder que no me lo explico. Y llego a la conclusión de que Gandhi ha hecho mucho daño a las causas revolucionarias. Paso a explicarme: no es culpa de Gandhi, sino de la imagen distorsionada que tenemos de él, la de un viejecillo encantador que siempre ponía la otra mejilla, que comía yogur cuando no estaba en huelga de hambre, tan humilde que vestía esos trapos que parecían pañales, siempre en paz consigo mismo, siempre exhibiendo una sonrisa beatífica  y tan bonachón que presentaba sus reivindicaciones pidiéndolas por favor.
Los nuevos movimientos antisistema van alejándose poco a poco (o eso esperamos), del vandalismo inútil e innecesario y quieren ser como Gandhi, o como creen que era Gandhi. Aquel 15-M del que ya nadie se acuerda, por ejemplo. Aquellos campamentos que montaban, aquellas canciones con las que amenazaban a los poderosos y a la banca; aquellas asambleas en las que exigían que el sistema se cayera solo.
Pero entre la no violencia y la violencia, como entre el blanco y el negro, existe una escala de grises que nadie por aquí parece dispuesto a explorar. El que quiera ser Gandhi, que lo sea. Gandhi acompañaba su pacifismo activo de una serie de acciones que realmente eran las que le conducían a los logros. La resistencia civil, en primer lugar. Pongámoslo con mayúsculas, que se lee de otra manera: Resistencia Civil. La Marcha de la Sal, por ejemplo, ejerció una violencia brutal, aunque no física, contra la economía británica y contra su autoridad. Se quejaba Gandhi, con razón, de los elevados impuestos que los habitantes de la India tenían que pagar a los ingleses por comprar su propia sal. Inició entonces una campaña para que los indios recolectaran sal, algo que no estaba permitido, y dejaran de comprarla. (...) Sigue leyendo en Pontevedra Viva. No violencia e inacción.

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