sábado, 16 de febrero de 2013

Rodrigo Cota, por Alexander Vórtice


Cortesía de Alexander Vórtice


Yo a Rodrigo Cota me lo encontré buscando un respiro: entre rancias hojas de periódicos me topé con él un día cualquiera, y debo reconocer que me sorprendió de sobremanera su forma de dar a conocer sus pensamientos, sus opiniones, su forma de ver la actualidad. Me engancharon sus palabras y ahora soy usuario semanal de sus columnas. Recuerdo el día que lo leí por vez primera: nunca me había topado con un carácter tan auténtico y tan rítmico a la hora de plasmar una columna de opinión. Así es que desde hace tiempo la figura de Cota se ha consolidado con fuerza en esta ciudad que entiende más de funcionariados que de poetas o mesías libertarios. Él es conocido y sobradamente nombrado por su característico sentido del humor cuando decide plantear sus dictámenes, ya que la pluma que ostenta Cota es la pluma de un cínico bondadoso que aspira a sobrevivir entre risas y retranca. Él habla y el lector escucha con suma atención; él gesticula ironía y el lector se rinde a los pies de su áspero pero necesario sentido del humor. Hoy por hoy casi no hay columnistas que posean la virtud de hablar de casi todo lo habido y por haber y, al hacer esto, robarnos una sonrisa. Eso fue lo que me admiró de Rodrigo y ese creo que es el secreto de su éxito allí donde apunta con su tinta mordaz, junto con su peculiar modo de advertir la vida de la gente que le rodea, algo que lo convierte en un curtido observador sin pelos en la lengua.
Hay escritores que atraen seguidores esbozando una sonrisa un tanto forzada, los hay que estudian el mercado editorial para alcanzar la fama mediante técnicas de marketing y dinero fresco, y otros, por cosas de la genética y la cosmética, son simplemente guapos, y eso basta para que el común de los lectores pierdan la cabeza por ellos. Yo creo que en esencia estos casos no encajan con la figura del escritor del que les hablo, ya que él posee algo mucho más valioso que lo que les acabo de citar: él tiene talento, un talento que va a más cada día gracias a sus ansias de intentar hacer las cosas bien, con trabajo, y siendo quién es, nunca mostrándose como otros quisieran que fuera. Y si cito su faceta como columnista es porque considero que su última novela, "El inaudito secuestro de Mariano Rajoy", se ha ido forjando a golpe de columna semanal, de disertaciones sobre la política actual.
Esta novela ostenta el fino sarcasmo del que carecen la mayoría de los best sellers, y tal vez por eso sean best sellers y no libros para ser leídos y reídos una y otra vez, sin descanso. Es muy difícil encontrarse con el género de la parodia en la literatura actual, y mucho menos si esa parodia versa sobre el secuestro de un Presidente del Gobierno. Quién no ha soñado –sobre todo a estas alturas de la cutre película que estamos padeciendo- con secuestrar a algún que otro político. Yo lo haría, pero a la manera de Cota, con sudores fríos, comprensión y calimocho un tanto rancio que me haga olvidar la realidad donde malamente sobrevivo.
Esta crisis nos ha hecho olvidar que en el humor reside la fuga perfecta a muchos de nuestros problemas; y humor no falta en esta novela que, de algún modo, reivindica el género de la caricatura, del autor que se ríe de sí mismo y de lo que le rodea, sin darle tanta importancia a todas esas noticias que, a diario y sin pausas, nos taladran la cabeza para hacernos la existencia un poco menos llevadera.
La novela de Rodrigo no es únicamente la historia de un secuestro acaecido con pocos medios y casi sin querer, también es una forma de evadirnos por las callejuelas donde habita un tal Tito Nogales, antihéroe sobradamente borracho y desorganizado, que bien pudiéramos ser nosotros mismos, ya que nunca se sabe a lo que uno llegará en esta vida llena de altibajos, locos bondadosos y daños colaterales. Por tanto, les invito a leer este libro con el ansia con el que se leen las obras fundamentales de un tiempo corrosivo, ya que no sólo de Ken Follet vive el lector, sino también de toda palabra escrita por la distinguida sátira de Rodrigo Cota.


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