lunes, 18 de marzo de 2013

OLIMPIADAS SEXUALES


Por Manuel Pérez Lourido


Durante las pasadas olimpiadas de Londres aparecieron ciertos titulares inquietantes en la prensa. “Las componentes del equipo nacional olímpico de natación sincronizada se cortan la melena para un casquete”. Más o menos extractada en estos términos leí la noticia en internet y se me encendieron las alarmas. Luego me enteré de que el tal casquete hacía referencia a un gorro muy ajustado con el que culminarían el vestuario de su nueva coreografía. Con los cuerpos que se gastan estas chicas, ¿a quien se le había ocurrido poner en la misma frase cortar la melena (desmelenarse) y casquete?. Seguramente a alguien como yo, que luego lee las declaraciones de un baloncestista español (”Nos han dado por todos los lados” ) y se pone a sudar, imaginándose la villa olímpica como lo que seguramente era: una versión deportiva de Sodoma y Gomera (siempre pongo Gomera, porque suena más a veranito y menos a mafia que Gomorra). Desde los gemidos de Sharapova en la pista de tenis al golpear la pelota (estoy seguro de había quien cerraba los ojos, para poner otra imagen en su cabeza) no había visto tan cerca la conexión entre sexo y deporte como en las olimpiadas. A lo mejor no me había fijado lo suficiente. Aparte del episodio de Míchel tocándole los cataplines a Valderrama en un córner y la portada del Buitre con todo el armamento fuera del nido, siempre se habían mantenido ambos mundos en su sitio. Y, como se ve por los ejemplos, el deporte era más bien un ámbito donde la testosterona campaba a sus anchas de forma palpable.
Hoy en día ves a velocistas femeninas que parecen la versión más musculada del Ken y a velocistas masculinos con más adornos en el pelo que la malograda Amy Winehouse. Está todo más complicado e impredecible. Eso sí, las nadadoras siguen siendo nadadoras (o sea, se van a gastar una pasta en biberones) y los maratonianos siguen pareciendo recién llegados de un spot de Lucha contra el Hambre: ciertos arquetipos físicos mantienen la talla, nunca mejor dicho. Igual pasa con las pertiguistas, sólo que cada vez son más guapas. Si dejasen la alta competición y aumentasen la dieta calórica, en meses podrían dar el salto (jejé) y ocupar las pasarelas más exclusivas. No se puede decir lo mismo de algunos hombres, por ejemplo los ciclistas. A la mayoría parece que el esfuerzo les deforma las facciones y además no se lleva el moreno obrero.
Volviendo a las chiquillas de la sincronizada (ocho titulares y una suplente), no hay una que no pudiera salir anunciando cosméticos. Allí hubo un casting bastante duro, lo cual tiene lógica porque esta disciplina tiene un elevado componente estético y claro, si de pronto en medio de un ejercicio milimétricamente perfecto bajo el agua, sale a la superficie una con la cara de Carmen de Mairena...
En fin, lo dicho, que las cosas nos entran por los ojos (los alérgicos lo sabemos muy bien) y en las Olimpiadas no iba a ser menos.
                                    
                

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