Por Manuel Pérez Lourido
Cada vez que salta, cual escupitajo al ojo, una noticia en prensa
acerca de un escándalo político con trasiego de cantidades
económicas desorbitadas (se te sale el ojo de la órbita), uno
piensa en la singularidad de este país de pícaros y estafadores.
Alí Babá y los cuarenta millones (de ladrones). Y soy el primero en
dar un paso al frente. Ya en EGB recuerdo haber sacado con disimulo y
a puntapies de una tienda de chuches una bolsa de pipas que andaba
huérfana por el suelo, con el fin de disfrutar de ella sin tener que
abonarla. Se empieza así y se termina en la Gürtel. Barrunto que
algo debía yo ya de percibir en el ambiente socio-cultural, pues
estaba yendo al Catecismo y todo, pero me tiré al latrocinio pipero
a la primera ocasión.
Muchos años después sufrí un duro encontronazo con el status
quo vigente cuando intenté comprarme un piso. Para ser más
exactos: cuando intenté escriturar el piso por el total de su
precio.
Nos
miraron en la agencia como cualquiera miraría a un marciano. No
había espejo en el local, que si no también mi señora y yo nos
apresuraríamos a contemplarnos en él. Y voy a obviar aquí la
descripción de los innumerables y estupefactos rostros de todos
aquellos a quienes pedí alguna vez una factura con el IVA
correspondiente por un trabajo de fontanería, carpintería,
chapistería o cualquier otra tontería, con perdón.
Yo tengo una teoría un tanto sui generis, como no podía ser
de otro modo, pero con el inédito mérito de que es mía, y me
agarro a ella desesperadamente. Mi teoría es que cuando sacamos el
cuello de la transición, o lo que carallo fuese aquello, todo el
mundo andaba con pies de plomo y el traje de demócratas nuevo del
trinque. Dentro de nosotros vivía agazapado el pícaro del siglo de
Oro, esperando su oportunidad. Entonces llegaron los del pesoe (iba a
poner “los socialistas” pero me empezaba a dar la risa) al poder.
Votamos a Felipe González como si nos fuese la vida en ello. Nos iba a
sacar de la OTAN. Iba a crear 4000.000 puestos de trabajo (hoy no le
votaría ni el Tato con esa cutrez de promesas). La pana con coderas
inundaría un país de pandereta en una etapa pre-Zara. Y entonce fue
cuando pasó lo del hermano de Alfonso Guerra y estuvimos en vilo
unos días. Si FG se lo cargaba, ejerciendo de presidente del
gobierno, la corrupción aún tendría un dique que superar. Si
silbaba por lo bajini, ejerciendo de presidente del partido, bueno...
ustedes ya saben todo lo que vino después.
Un pequeño detalle: cuando uno no hace lo que tiene que hacer en un
pequeño detalle no puede pensar que lo hará cuando las cosas tengan
mayor enjundia. La corrupción no está ahí afuera, la llevamos
dentro y hemos de estar vigilantes.
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