jueves, 12 de septiembre de 2013

El último fan



El otro día me desplacé a la capital. No soy mucho de visitarla porque las grandes ciudades me ponen nervioso, pero ahí estaba yo, en Compostela. En un momento dado mi señora decidió entrar en un supermercado. Yo me quedé esperándola en la puerta sentado como un Buda, fumándome un pitillo de liar. Fue en ese momento cuando un caballero se me acercó sonriente tendiéndome la mano. 

“Es un fan”, pensé. En Pontevedra tengo tres o cuatro fans y los adoro tanto que soy yo el que va por la calle persiguiéndolos a ellos y a veces hasta les pido un autógrafo. Me paseo por la ciudad buscándolos y en cuanto los veo les doy un abrazo y los beso a ellos, a sus parejas y a sus mascotas. 

Pues ahí estaba yo ante mi nuevo fan compostelano pensando que aquello tenía que suceder tarde o temprano, que mi talento no iba a permanecer encerrado en mi pueblo de por vida, que llegaría el día en que sería reconocido en todo el país e incluso en el extranjero cuando cruzara el Padornelo. Pero de pronto comprendí aterrado que aquel caballero no era un seguidor mío, sino un señor que tomándome por un mendigo me ofrecía una moneda de veinte céntimos. Texto completo en Diario de Pontevedra. El último fan.

1 comentario:

  1. Hombre Rodrigo, si la foto que pones en esta entrada es reflejo de lo que vió ese compostelano no debe extrañarte su reacción. Entiendo que, como intelectual que eres, puedes ser extravagante en tu vestir e incluso en tu arreglo personal pero puedes buscar asesoría con un especialista en imagen que te oriente para que, sin abandonar la lejanía de los ´´mortales´´ puedas evitar incómodas situaciones como esta.
    Mar, sin duda, hizo bien al mesar cariñosamente, o no, tu barba.

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