El señor llamó a Zoltan y acordaron verse al día siguiente
en Pontevedra, frente al Froiz de Benito Corbal. Cuando llegó allí no vio a
nadie más que a un hombre pidiendo limosna, así que se quedó esperando, mirando
impaciente el reloj, prudentemente apartado del mendigo por si acaso. Pasaron
unos minutos sin que por allí apareciera nadie. Sólo gente que entraba y salía
del supermercado y aquel hombre inmóvil que extendía la mano aceptando
limosnas. Por fin se le acercó el mendigo:
-¿Está usted buscando a Zoltan? –preguntó.
-Sí –contestó el otro asustado.
-Buenas tardes. Yo soy Zoltan. Vamos a ver ese texto.
Los dos hombres se encaminaron hacia la terraza del
Carabela. El propietario del documento miraba a uno y otro lado, convencido de
que en cualquier instante el mendigo sacaría una navaja para robarle el
pergamino y todo lo demás. Zoltan no sacó ninguna navaja. Se sentó a una mesa, pidió
una copa, cogió el documento y empezó a leerlo como si fuera un periódico:
-Tome nota. Dice así: “En la villa de Noia, a 18 de febrero
de 1568, ante mí, Rui López, notario de la dicha villa y siendo testigos…”.
Cuando terminaron, el otro recogió el documento y preguntó a
Zoltan cuánto le debía.
-Pídame otra copa, pague la cuenta, déjeme su paquete de
tabaco si puede ser y estaremos en paz.
Zoltan Varga-Haszonits, filólogo por la Universidad de
Budapest, se había establecido años antes en Pontevedra con una novia que murió
poco después de cáncer. Muerto él también de amor, acordó quedarse aquí como
artista callejero. En la plaza de A Peregrina, tras la estatua del loro
Ravachol exhibía contra la pared sus dibujos, estampas de calles, plazas e
iglesias. Cuando llegó la crisis se llevó por delante su negocio como tantos
otros. Una cadena de televisión emitió un día un reportaje en el que se le
preguntaba a alguna gente si España estaba entrando en crisis. Uno de los
entrevistados era Zoltan, que decía con tristeza que sí: “Ya nadie compra mis
dibujos. La gente no tiene dinero”. Se lo comenté un día por la calle y me
explicó cómo se detecta una crisis económica: “El mejor indicador lo encontramos
al comprobar que un producto es más caro o más pequeño que antes, lo que viene
a ser lo mismo, y ya no se puede pagar. Si eso le pasa a una persona, está en
crisis esa persona. Si le pasa a todo el pueblo, está en crisis un país”. A
Zoltan, más que las ventas que perdía, le atormentaba que la gente que
apreciaba sus cuadros no pudiera pagarlos. Un mal día una lluvia repentina le
echó a perder gran parte de su obra. Decidió entonces languidecer con sus
clientes. Empezó a fotocopiar sus propios dibujos y a vender las copias a
cambio de la voluntad, a veces ofreciéndolas a quienes venían a que les leyera
documentos antiguos, como pago del favor, con las copas y el tabaco. Fue por
aquella época cuando se trasladó a Benito Corbal y cambió los lápices por la
limosna. No volvió a pintar.
Además de su húngaro natal hablaba esperanto, arameo, griego
clásico, latín, gallego, italiano, catalán, castellano y algunas otras lenguas.
Sus aptitudes para el arte eran heredadas de su madre, pintora. Su padre,
militar, había sido mandatario y uno de los máximos responsables del fútbol
húngaro. Gracias a eso, durante el Mundial del 82 pudo Zoltan salir de ahí y
acabar en algún lugar de España. Casi nadie estaba al corriente de aquello,
pues no hablaba fácilmente de sí mismo ni de su pasado. Yo supe por pura
casualidad que él era el autor de un artículo publicado en el Anuario
Brigantino: ‘Los Andrade: una bibliografía histórica’. Se trata de una
recopilación de fuentes y una revisión genealógica de la familia Andrade, una
de las más poderosas de la Galicia medieval, un trabajo realizado en el Arquivo
Histórico de Betanzos, donde Zoltan vivió varios años. Hoy nadie se atreve a
escribir sobre los Andrade sin citar el trabajo de Zoltan.
Un día le dije que con todas aquellas habilidades podía ser
rico. Claro que él sabía que podía hacer trabajos de traducción, cobrar por
aquellas transcripciones, colaborar con alguna universidad, publicar más ensayos
o dar conferencias. No quería. “No es el dinero lo que te hace rico”, fue su
respuesta.
Cuando murió en marzo de 2010, con 62 años, casi nadie se
dio cuenta al principio. La primera noticia la dio este periódico varias
semanas después. Luego el Xornal de Betanzos le dedicó otro artículo. Transcurrido
casi un año se supo que el periodista mallorquín Emilio Manzano, conmovido al
saber de la muerte de Zoltan, había contactado con el escritor Juan Pablo Caja,
quien había publicado la novela ‘Cerveza caliente’, uno de cuyos protagonistas
está inspirado en Zoltan. Los amigos mallorquines de Zoltan contaron de sus
estancias en Palma, en Italia, en Barcelona y en Asturias antes de su llegada a
Galicia. También que habían hablado con una hija que vivía en Madrid para darle
cuenta de su muerte. Le facilitaron contactos en Pontevedra, pero ella jamás
llamó. Al parecer no tenía fuerzas para conocer detalles sobre la estrecha y
fructífera relación de su padre con el alcohol, de cómo había pasado sus últimos
meses vendiendo fotocopias baratas de sus dibujos callejeros y pidiendo limosna
junto a un supermercado.
“Siempre tuve gran facilidad para aprender idiomas, retener
datos, asimilar conocimientos”, decía alguna vez Zoltan, “pero eso no sirve de
gran cosa. Se cultiva uno más en cinco minutos viendo llover o contemplando una
estrella de noche que en toda una vida de estudio”. Zoltan había comprendido el
sentido de la vida y no le gustaba. Se dejó morir. La hija se equivocó al no
llamar: no sabe que en Pontevedra no se ha visto escena más digna que la de Zoltan
Varga-Haszonits, artista, filólogo, políglota, historiador, mendigo sabio y
hermoso, agachándose para recoger del suelo una colilla abandonada.
Una bonita y triste historia a la vez.
ResponderEliminarHoy la casualidad hizo que tuviera un dibujo de Betanzos firmado por Zoltan en mis manos.
El nombre suscitó mi curiosidad y buscando encontré este precioso artículo a cuyo autor felicito y que me ha hecho sentir que en este día tuve el honor de tocar y contemplar la obra de un hombre rico en emociones y dignidad.
Gracias