martes, 1 de septiembre de 2015

Zoltan, el hombre más rico del mundo






 Un día de 2009, un señor encontró en un desván de la casa familiar varios documentos antiguos. La mayoría eran del S. XVIII en adelante, por lo que con cierto esfuerzo pudo descifrarlos. Compras y ventas de fincas, casi todos, testamentos y entregas de dotes matrimoniales que consignaban el antiguo esplendor de la familia. Pero entre todos aquellos papeles había uno demasiado antiguo, imposible de leer. Tras preguntar en varios sitios, alguien le dijo que en Pontevedra vivía un hombre llamado Zoltan que podría ayudarle con la lectura de aquel texto. De vez en cuando venía alguien a ver a Zoltan para pedirle transcripciones. Le dio su número.

El señor llamó a Zoltan y acordaron verse al día siguiente en Pontevedra, frente al Froiz de Benito Corbal. Cuando llegó allí no vio a nadie más que a un hombre pidiendo limosna, así que se quedó esperando, mirando impaciente el reloj, prudentemente apartado del mendigo por si acaso. Pasaron unos minutos sin que por allí apareciera nadie. Sólo gente que entraba y salía del supermercado y aquel hombre inmóvil que extendía la mano aceptando limosnas. Por fin se le acercó el mendigo:

-¿Está usted buscando a Zoltan? –preguntó.
-Sí –contestó el otro asustado.
-Buenas tardes. Yo soy Zoltan. Vamos a ver ese texto.

Los dos hombres se encaminaron hacia la terraza del Carabela. El propietario del documento miraba a uno y otro lado, convencido de que en cualquier instante el mendigo sacaría una navaja para robarle el pergamino y todo lo demás. Zoltan no sacó ninguna navaja. Se sentó a una mesa, pidió una copa, cogió el documento y empezó a leerlo como si fuera un periódico:

-Tome nota. Dice así: “En la villa de Noia, a 18 de febrero de 1568, ante mí, Rui López, notario de la dicha villa y siendo testigos…”.

Cuando terminaron, el otro recogió el documento y preguntó a Zoltan cuánto le debía.

-Pídame otra copa, pague la cuenta, déjeme su paquete de tabaco si puede ser y estaremos en paz.

Zoltan Varga-Haszonits, filólogo por la Universidad de Budapest, se había establecido años antes en Pontevedra con una novia que murió poco después de cáncer. Muerto él también de amor, acordó quedarse aquí como artista callejero. En la plaza de A Peregrina, tras la estatua del loro Ravachol exhibía contra la pared sus dibujos, estampas de calles, plazas e iglesias. Cuando llegó la crisis se llevó por delante su negocio como tantos otros. Una cadena de televisión emitió un día un reportaje en el que se le preguntaba a alguna gente si España estaba entrando en crisis. Uno de los entrevistados era Zoltan, que decía con tristeza que sí: “Ya nadie compra mis dibujos. La gente no tiene dinero”. Se lo comenté un día por la calle y me explicó cómo se detecta una crisis económica: “El mejor indicador lo encontramos al comprobar que un producto es más caro o más pequeño que antes, lo que viene a ser lo mismo, y ya no se puede pagar. Si eso le pasa a una persona, está en crisis esa persona. Si le pasa a todo el pueblo, está en crisis un país”. A Zoltan, más que las ventas que perdía, le atormentaba que la gente que apreciaba sus cuadros no pudiera pagarlos. Un mal día una lluvia repentina le echó a perder gran parte de su obra. Decidió entonces languidecer con sus clientes. Empezó a fotocopiar sus propios dibujos y a vender las copias a cambio de la voluntad, a veces ofreciéndolas a quienes venían a que les leyera documentos antiguos, como pago del favor, con las copas y el tabaco. Fue por aquella época cuando se trasladó a Benito Corbal y cambió los lápices por la limosna. No volvió a pintar.

Además de su húngaro natal hablaba esperanto, arameo, griego clásico, latín, gallego, italiano, catalán, castellano y algunas otras lenguas. Sus aptitudes para el arte eran heredadas de su madre, pintora. Su padre, militar, había sido mandatario y uno de los máximos responsables del fútbol húngaro. Gracias a eso, durante el Mundial del 82 pudo Zoltan salir de ahí y acabar en algún lugar de España. Casi nadie estaba al corriente de aquello, pues no hablaba fácilmente de sí mismo ni de su pasado. Yo supe por pura casualidad que él era el autor de un artículo publicado en el Anuario Brigantino: ‘Los Andrade: una bibliografía histórica’. Se trata de una recopilación de fuentes y una revisión genealógica de la familia Andrade, una de las más poderosas de la Galicia medieval, un trabajo realizado en el Arquivo Histórico de Betanzos, donde Zoltan vivió varios años. Hoy nadie se atreve a escribir sobre los Andrade sin citar el trabajo de Zoltan.

Un día le dije que con todas aquellas habilidades podía ser rico. Claro que él sabía que podía hacer trabajos de traducción, cobrar por aquellas transcripciones, colaborar con alguna universidad, publicar más ensayos o dar conferencias. No quería. “No es el dinero lo que te hace rico”, fue su respuesta.

Cuando murió en marzo de 2010, con 62 años, casi nadie se dio cuenta al principio. La primera noticia la dio este periódico varias semanas después. Luego el Xornal de Betanzos le dedicó otro artículo. Transcurrido casi un año se supo que el periodista mallorquín Emilio Manzano, conmovido al saber de la muerte de Zoltan, había contactado con el escritor Juan Pablo Caja, quien había publicado la novela ‘Cerveza caliente’, uno de cuyos protagonistas está inspirado en Zoltan. Los amigos mallorquines de Zoltan contaron de sus estancias en Palma, en Italia, en Barcelona y en Asturias antes de su llegada a Galicia. También que habían hablado con una hija que vivía en Madrid para darle cuenta de su muerte. Le facilitaron contactos en Pontevedra, pero ella jamás llamó. Al parecer no tenía fuerzas para conocer detalles sobre la estrecha y fructífera relación de su padre con el alcohol, de cómo había pasado sus últimos meses vendiendo fotocopias baratas de sus dibujos callejeros y pidiendo limosna junto a un supermercado.

“Siempre tuve gran facilidad para aprender idiomas, retener datos, asimilar conocimientos”, decía alguna vez Zoltan, “pero eso no sirve de gran cosa. Se cultiva uno más en cinco minutos viendo llover o contemplando una estrella de noche que en toda una vida de estudio”. Zoltan había comprendido el sentido de la vida y no le gustaba. Se dejó morir. La hija se equivocó al no llamar: no sabe que en Pontevedra no se ha visto escena más digna que la de Zoltan Varga-Haszonits, artista, filólogo, políglota, historiador, mendigo sabio y hermoso, agachándose para recoger del suelo una colilla abandonada.


1 comentario:

  1. Una bonita y triste historia a la vez.
    Hoy la casualidad hizo que tuviera un dibujo de Betanzos firmado por Zoltan en mis manos.
    El nombre suscitó mi curiosidad y buscando encontré este precioso artículo a cuyo autor felicito y que me ha hecho sentir que en este día tuve el honor de tocar y contemplar la obra de un hombre rico en emociones y dignidad.
    Gracias

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