Cualquier suceso probable es intrínsecamente improbable. La probabilidad conlleva inevitablemente cierto grado (mayor o menor) de improbabilidad.
Por ello, hacer predicciones sobre sucesos probables es un ejercicio sencillamente inutil. Se llama apuesta, y normalmente, con ella solamente gana el propietario de la empresa de máquinas recreativas o del casino. En este contexto, el de las apuestas, tiene cierto sentido creer en las probabilidades. Quien apuesta sabe de antemano que puede perder. Por otra parte, las probabilidades se dan siguiendo una fórmula matemática sencilla, porque se conocen también todos y cada uno de los factores que intervienen en la jugada. En un dado tenemos una posibilidad entre seis de sacar el número deseado. Las reglas del juego están prefijadas y son iguales para todos los jugadores. Vamos allí precisamente a arriesgar nuestro dinero.
Pero utilizar la ley de probabilidades para hacer un análisis del que extraeremos conclusiones a partir de las cuales se tomarán decisiones es aún más arriesgado que jugar a los dados. No conocemos todos los factores que intervienen en la jugada, tenemos información incompleta y/o sesgada, desconocemos si las oportunidades son iguales para todos. No conoceremos de antemano cuáles son realmente nuestras probabilidades y jugaremos con un alto grado de incertidumbre.
Ello nos convertiría en un analista o un vidente, de los que ya hemos hablado. Por culpa de ellos, quizás, estamos como estamos.
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