Fue un gran actor, un todoterreno, versátil, que nunca dejó de trabajar, quizás por sus rasgos físicos que le permitían interpretar igualmente a un hispano, a un árabe, a un judío, o a un italiano. Siempre hubo un papel para Anthony Quinn, también capacitado para trabajar en cualquier género. Su película más conocida puede que sea "Zorba, el griego" (también hacía de griego), aunque a mí siempre me gustó especialmente en el papel de Barrabás, aquel ladrón crucificado junto a Cristo, película cuyo cartel preside nuestra entrada
Decía Anthony Quinn en una entrevista que le hicieron hace un montón de años, quizá unos treinta, que él se había considerado un niño feliz. Lejos de utilizar su miserable infancia para realzar sus posteriores méritos, el actor, ya entonces veterano, famoso y millonario, explicaba que aquella vida marginal era entonces la única por él conocida. Para él, el mundo era aquello que rodeaba a su chabola. No tenía conocimiento de que había un mundo en que otros niños tenían agua corriente y no jugaban con la basura. El niño Anthony Quinn creía que todos los niños del mundo vivían en iguales condiciones y sólo tenían basura para jugar. Por tanto, decía, su inocencia infantil no se veía truncada por el conocimiento de aquella injusticia. Y por eso era un niño feliz. Y por eso guardaba un grato recuerdo de aquella infancia feliz.
Con el paso de los años, el conocimiento y la pérdida de la inocencia, Anthony Quinn se enteró de que no todos los niños del mundo jugaban con basura. Por eso se puso a trabajar como un burro, para ayudar a su familia a salir de aquel submundo infame, aceptando todo tipo de trabajos hasta que el azar o la constancia lo llevaron a Hollywood.
Luego tuvo un montón de hijos que nunca utilizaron basura como juguetes.
Para mí, lo más dramático de aquellas declaraciones del actor era precisamente el conocimiento, adquirido en aquel instante, de que un niño pudiera sentirse feliz en un vertedero. Eso es lo injusto.
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