lunes, 18 de mayo de 2009

Antonio Vega.


No fue tan fácil encontrar una imagen del Antonio Vega joven. Al menos no tanto como pensaba en un principio. Abundan sus fotos de la última etapa. Esas en las que se aprecia a simple vista que Antonio Vega se estaba consumiendo a marchas forzadas.

No me gustaba Nacha Pop en otros tiempos. Mis gustos musicales iban a otros lugares. Decíamos que eran demasiado pijos, demasiado pop, demasiado blandos. Quizás creíamos que todo aquello era malo, no lo sé.

Luego, con el tiempo, descubrí a Antonio Vega. No creo que hubiera perdido ninguna de aquellas características, pero comenzó a gustarme su música. No sé por qué, pero lo mismo me sucedió con la tarta de almendras, por ejemplo. Un buen día, de repente, me gustaba.

Y redescubrí a Nacha Pop. Las canciones de Antonio Vega para Nacha Pop. El primo sigue sin gustarme, pues no tiene, supongo, el talento que tuvo Antonio. Antonio Vega paseaba últimamente su agonía por los escenarios y tenía algo de heróico ese diario e ininterrumpido lanquidecer. Mientras su primo pegaba saltos demostrando una juventud impropia de su edad, Antonio protegía su rostro con una melena que nunca antes había tenido y, estático, gastaba sus últimas fuerzas demostrando a todos lo que había sido y lo que era. Hay una gran carga de dignidad en esas imágenes de un moribundo que se consumía cantando.

Su cadáver fue velado, oí, en la sede de la SGAE, siempre prestos a consumir carroña. Por suerte para todos, aquel cuerpo no era Antonio Vega. Era solamente un cadáver al que le daba igual dónde lo velaran, como a todos los cadáveres. Pronto olvidaremos la cara de Antonio Vega, las dos, la que ilustra esta entrada y la del moribundo de los últimos días. Quedarán sus canciones, para ensimismamiento de todos y alegría de la SGAE. Qué vida.

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