domingo, 3 de enero de 2010

El Tubo de Mirar. Noveleta humorística. Capítulo III.

El Tubo de Mirar. 

Capítulo III. Felicita Fidalgo. Cancerbero.

Felicita es pequeña, peluda, suave; tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no lleva huesos. Andaba yo de paseo por la Herrería reponiendo mi camelia y descansando de tanto vaguear. En un principio no reparé tanto en la mujer como en su perrito, empeñado en dar caza a las palomas. Luego mi mirada se topó con ella.
Era dulce y elegante, de gráciles y armoniosos movimientos. Intentando pasar desapercibido me crucé con ella tres o cuatro veces fingiendo que yo también cazaba palomas. Llevaba ella un perfume caro, unas sandalias como las mías y un vestidito de volantes.
Me senté en un banco disputando con contundencia el sitio a una embarazada y a un anciano, para poder observarla con mayor atención. Me sentí renacer, noté la sangre corriendo nuevamente por mis venas. Tenía yo entonces cincuenta y cuatro años pero decía a todo el mundo que estaba a punto de cumplir dieciocho aunque en realidad aparentaba ya noventa y cinco recién cumplidos.
Pensé entonces: ¿por qué no se ha portado el Altísimo bien conmigo?. Una vez vi. en una revista que robé de un buzón una fotografía del hombre más alto del mundo. Era un privilegiado que se dedicaba a fotografiarse con enanos. Cobraba por ello.
¿Por qué no tuve yo esa suerte? De ser así podría acercarme a aquella dulce chica y ofrecerle un porvenir.
-¿Trabajas?- preguntaría ella candorosa.
-¡Oh, sí!- respondería yo- trabajo en un asunto de fotografiarme con enanos y soy lo mejor en lo mío, pues soy el hombre más alto del mundo y me ofrezco a ti, amada mía, para lo bueno y para lo malo pues nunca te ha de faltar alimento ni tabaco y prometo serte fiel mientras no esté de viaje.
Y ella caería rendida a mis pies y seríamos felices y cazaríamos palomas.
Embebido en estos pensamientos, al alzar la vista reparé en que Felicita ya no estaba. Volví a casa pensando en ella, labor en que ocupé toda una noche de desvelo.
Al hacerse de día yo había tomado una decisión. Lucharía por ella, haría lo que fuese para conseguir su amor. Volvería a verla, hablaría con ella, bailaría para ella. Estaba dispuesto a cambiar por ella, incluso a buscarme un trabajo a tiempo parcial.
Durante cerca de una semana acudí infructuosamente a la Herrería esperando encontrarla. Mas no perdí la esperanza y por fin mi paciencia dio sus frutos.
Desde el día aquel en que fuera a verle a usted a A Lama habían transcurrido ya dos meses y entrando en octubre mis sandalias de charol iban adaptándose trabajosamente a mis pies y a pesar de que en momentos arreciaban las lluvias yo las seguía utilizando a diario consciente de que conferían a mis pies y a mi aspecto general una elegancia y glamour poco corrientes, especialmente cuando pateaba charcos con alegría.
Y allí, Doctor Padín, estaba ella una vez más, paseando a su perrito del cual supe al poco, tras una discreta inspección ocular y táctil que no era macho sino hembra y por tanto perrita.
Ella perseguía como siempre a las palomas, momento que yo aproveché para acercarme a su propietaria, nervioso pero decidido.
-Buenos días- dije yo cogiendo en cada una de mis manos una de las trenzas para hacérselas notar.
-Buenos días- correspondió ella- ¿nos conocemos?
-Yo a usted sí, pues me he fijado en su linda perrita y me llamó la atención por tener yo un macho de la misma raza.
-Siempre me han gustado los caniches- dijo ella- son listos y cariñosos.
-Me llamo Eugenio, Eugenio del Río Festín de Babilonia Concertación Parcelaria y López de La Gomera Pazos de Santa Flixelina y Baviera-contesté yo inventándome el segundo apellido que en realidad es Pérez para causar buena impresión- y no soy Marqués del valle de Ostende- mentí nuevamente, esta vez por modestia.
-Encantada de conocerle, Eugenio, yo me llamo Felicita Fidalgo.- y me tendió una mano que yo besé y lamí con fruición.
-¿Es usted de por aquí?, no me suena de Pontevedra y esta ciudad es tan pequeña que aquí todos nos conocemos y le puedo asegurar que si yo hubiese visto antes su cara nunca la hubiese olvidado dada su angelical belleza.
-Soy de Soria, y estoy pasando una temporada aquí ocupándome en la búsqueda de unos terrenos para emplazar una fundación dedicada al estudio y recuperación de especies animales. Hemos pensado en esta zona.
-¡Oh, eso es magnífico!. Me encantan los animales. Como le he dicho, tengo un caniche y lo quiero tanto que tengo con él una estupenda relación, rayana en la zoofilia.
-Perdóneme, Eugenio, pero tengo que irme. Ha sido un placer. Llevo poco tiempo aquí y todavía no he tenido ocasión de conocer a nadie, con tanto trabajo...
-¿Volveré a verla?- inquirí ansioso.
-Tenga mi tarjeta- contestó tendiéndome una, que yo también besé y lamí con fruición- llámeme si quiere- dijo.
-Descuide, lo haré en cuanto mi agenda y mis obligaciones me lo permitan, que será en cualquier momento a partir de ya.
Y Felicita se alejó con su mascota.
Tras gritar varias veces mi amor por la naturaleza cuidándome bien de que mis alaridos llegasen a oídos de Felicita y más allá, acerqué la tarjeta a mi ojo bueno.
Arriba a la izquierda se veía un logotipo que parecía representar a un aguilucho sodomizando a un lince ibérico pero que seguramente era otra cosa. A su derecha ponía. “Fundación Pedro Fidalgo. Investigación y conservación de fauna. Fupefincopa. Felicita Fidalgo, presidenta”.
Deduje que el tal Pedro Fidalgo debía ser padre o tío de la propia Felicita, seguramente un señor con dinero suficiente como para montar una fundación para investigar mucho y obtener beneficios fiscales sustanciosos. Pero eso a mí no me importaba, yo no amaba a esa chica solamente por su dinero, y aún sabiendo que lo tenía y en cantidades no por eso iba a rechazarla, sino al contrario. La querría mucho más, si tal cupiese.
Pero estaba yéndose mi mente demasiado lejos. Ella solamente había mostrado cierta predisposición a volverme a ver, sin duda impactada por mi apostura, mi galantería, mis sandalias y mis trenzas, pero eso no significaba que hubiera nada serio entre nosotros al menos por el momento.
Anduve el resto del día de aquí para allá, pensando y atracando estancos. Al llegar a casa cené un tazón entero de Crunchy Fruits Chocolateados y sin pensar en la discoteca me acosté tras rezar mis oraciones.
Pero no pude dormir. Algún tipo de malestar me impedía tal ejercicio. No lo pude identificar al principio pero pensando, pensando, llegué a la conclusión de que mi mal era el mal de la conciencia intranquila. Es un mal que describiría como un resquemor que te reconcome. Te lleva a no estar satisfecho de ti mismo por haber cometido alguna mala acción, como mentir a tu amada.
Repararía mi error. Conseguiría un perro como el de ella, un macho de igual raza y color y de la mejor estirpe. De esa manera convertiría en verdad mi mentira y no sería yo sorprendido en ella, y la dulce Felicita no sabría jamás que yo era una mala persona capaz de incurrir en falsedad sin motivo.
No podía yo comenzar una relación seria basada en una primera mentira, pues “¿qué pasará- pensé- el día que ella me proponga salir juntos a pasear a nuestros perros?”. Debía también asumir mi afirmación de amar a la naturaleza y particularmente a los animales como parte fundamental e indisoluble de la misma.
Tomada esa decisión mi mente pasó a otro tema, que también mantenía mi conciencia inquieta por tener este la misma raíz que no era otra que la mentira o una promesa incumplida. Pues cuando prometemos algo a sabiendas de que lo vamos a incumplir también mentimos, y si bien en la lista de los mandamientos creía recordar que figuran como dos prohibiciones diferentes opino que perfectamente se podrían englobar en una misma, tales son las similitudes entre ambas, aunque de eso ya se ocupan sabios con más credenciales que las mías.
Y ese otro tema era el Tubo de Mirar. Yo, Doctor Padín, tenía la certeza de que usted había sobreentendido que el aparato sería utilizado por mí. Pues no había tenido paciencia y en apenas unos minutos había dado por cumplida mi misión. Debía perseverar.
Ya más calmado, puse en la tele un documental sobre una colonia de ratones que vivían en un hábitat propicio y me quedé dormido al instante.
Desperté bañado en orín, me duché, desayuné Chunchy Fruits Chocolateados, me vestí, bajé al portal, disimulé hasta que el padre corpulento del muchacho del segundo izquierda abandonó la zona, le cogí prestada la bicicleta, tomé camino a Marín por la autovía desafiando a coches y camiones que avanzaban a gran velocidad. Soporté los efluvios pestilentes de la fábrica de celulosa que divide a los habitantes de la zona, ya que unos piensan que la fábrica debe permanecer abierta pues aunque huele mal crea puestos de trabajo y otros dicen que debe cerrarse pues aunque proporcione puestos de trabajo, huele mal. Yo personalmente lo que pienso es que unos y otros tienen razón pues la fábrica huele mal y proporciona trabajo, por lo que apoyo sin fisuras una postura y la contraria incluso participando activamente en las recogidas de firmas y en las manifestaciones que se convocan aun cuando estas coincidan y procuro azuzar a unos contra los otros mientras presento a la firma a cada uno la carta o manifiesto del contrario.
Llegado a Marín entré en una tienda de animales, pregunté si tenían caniches en venta, me dijeron que no, que estaban esperando una camada para dentro de dos semanas, yo aseguré que necesitaba un caniche macho en edad de procrear, educado, con pedigrí, papeles en regla y certificado de vacunaciones. Me contestaron que así menos todavía, y que en caso de existir semejante caniche me costaría un riñón, les dije que si acaso tenía yo el aspecto de un pordiosero, me contestaron que en efecto lo tenía y me fui. Probé en otra tienda con idéntico resultado. Luego, ya bordeando la desesperación vi a una pareja de paseo con un perro, les dije que qué perro tan bonito y que si era un caniche, a lo que respondieron afirmativamente con una sonrisa. Les pregunté si era macho y nuevamente asintieron, luego me interesé por los pormenores de su educación y ellos se extendieron en explicaciones sobre su comportamiento, que era excelente. Quise saber si estarían interesados en abandonarlo en ese mismo momento y lugar y ellos se negaron en redondo. Dije que lo comprendía y que si yo fuera el propietario de tan magnífico ejemplar actuaría de igual manera. Luego, cuando ellos hacían ademán de despedirse lancé una exclamación aterradora y grité algo que les hizo creer que tras ellos acechaba un terrible monstruo de las profundidades armado hasta los dientes y al mirar ellos hacia atrás asustados cogí al chucho por el pescuezo y eché a correr dejando que el saludable viento de la costa de las Rías Baixas hiciese ondear mi melena. Cogí la bici del muchacho y me volví por la autovía sin soltar ni por un instante al tembloroso cuadrúpedo que con los nervios desalojó sobre mí una cantidad de caca muy superior al volumen del propio animal. Al llegar al portal dejé la bicicleta en su lugar y subí a mi casa con el perro en brazos, encontrándome en el camino a la presidenta de la comunidad quien me recordó la prohibición de tener animales en el edificio. Le dije que vale, que también su marido podía ser considerado como tal teniendo en cuenta lo primarias que eran sus pautas de comportamiento y que en cualquier caso serían unos días pues mi hermana, a quien ella conocía desde siempre, estaba en ese mismo momento extirpándose un tumor cerebral. Ella me aseguró que tenía serias dudas, precisamente por conocerla desde siempre, de que mi hermana estuviera capacitada para extirparse a sí misma un tumor cerebral, y que en además no veía por ningún lado la relación entre una y otra cosa. Yo aclaré que no era mi hermana la encargada de la intervención. La intervención, dije, sería responsabilidad de un equipo médico experto y pedí a la presidenta que rezase con fervor para que saliera exitosamente del trance. En cuanto al perro y su relación con el tumor de mi hermana no es otra que la que sigue, dije: el pequeño mamífero cánido es la mascota de mi hermana, a quien ella, la presidenta, conocía desde siempre, y estando mi hermana, la pobre, sometiéndose a la extirpación del tumor cerebral por un equipo médico experto me había pedido que cuidara del animal. Ella, desconfiada, me preguntó si mi hermana me había pedido el favor mientras se sometía a la intervención. Yo contesté que no, que me lo había pedido antes de la intervención. Por fin la presidenta cedió y deseándome la mejor de las suertes para mi hermana me dejó marchar.
Una vez en casa me puse a trabajar con el caniche. Decidí que lo mejor sería darle primero un nombre para poder comenzar una relación basada en el respeto mutuo, y tras corta deliberación acordé bautizarlo como Cancerbero, nombre de fiero animal mitológico que sugiere fortaleza y determinación y que se suele utilizar también para referirse a quienes dentro de un equipo de fútbol ocupan la posición de porteros o guardametas.
Estuve jugando con Cancerbero un rato para que nos fuésemos conociendo y que no mostrara extrañeza el día tan esperado en que saldríamos a pasear acompañando a la dulce Felicita y a su caniche hembra.
Cancerbero se mostró remiso a colaborar en el juego, actitud que achaqué al resentimiento que me guardaba por haberlo separado abruptamente de sus legítimos propietarios. Le puse un plato con leche en el suelo y me fui a la cama para recuperar a deshora el sueño perdido la noche anterior.


No hay comentarios:

Publicar un comentario