Capítulo VI: La historia de Felicita.
Felicita Fidalgo nació en Soria fruto de la unión entre su madre y su padre por coito natural, práctica común en aquella época. Ambos, los padres, pertenecían a dos de las más influyentes familias de la provincia, ricas y poderosas, pero esa unión fructificó gracias al sincero amor que se profesaban entre sí los jóvenes y no al mercadeo entre familias que buscan unificar sus fortunas aunque eso, gracias a Dios, llegó por añadidura.
Felicita, pues, gozó de una infancia feliz y regalada. Sus padres la colmaban de cariño y de cuantas posesiones materiales agradan a una niña, mismo tratamiento que recibían sus hermanos mayores Amoroso y Armonio.
La niña mostraba grande interés por el maravilloso mundo de la naturaleza y en particular de la fauna, acrecentado y estimulado por la mucha frecuencia con que sus seres queridos la agasajaban con mascotas a las que ella dedicaba todo tipo de cuidados y atenciones.
Pero en llegando la etapa universitaria, su padre, presidente de un grupo de comunicación y propietario de dos periódicos, una revista semanal y siete emisoras de radio, la animó a realizar estudios de ciencias empresariales, toda vez que sus hermanos ya habían estudiado el uno periodismo y el otro blanqueo de capitales, por lo que el ciclo quedaría completado y en el futuro los tres hermanos podrían hacerse cargo de la empresa ocupándose cada uno de ellos de su departamento.
Y la dulce Felicita, a pesar de que ello contrariaba su vocación y sus proyectos de convertirse en veterinaria no quiso decepcionar a sus amantísimos padres y aceptó el plan fingiendo alborozo.
Se aplicó en los estudios y se licenció en el tiempo preciso, dedicando los años posteriores a ampliar su formación con varios cursos realizados casi todos en el extranjero para aprender de paso algunos idiomas.
Y cuando sus padres consideraron que había llegado el momento de darle un lugar en la empresa Felicita pasó a formar parte del selecto equipo de dirección del Grupo Fidalgo, que tal era el nombre del pequeño imperio. Durante los primeros meses sus cometidos fueron en general de perfil bajo, ocupándose en conocer al detalle el funcionamiento y la organización de su oficina y aunque no encontraba aliciente en ello ponía todo su empeño.
Una de las grandes obsesiones de la familia era un pequeño periódico de la competencia, el Día Soriano, regentado por un viejo jornalista, Luis de las Ruinas, que siempre se había negado a vender su cabecera a los Fidalgo resistiéndose como buen numantino a las jugosas ofertas que le hacían los padres de la dulce Felicita.
En cierta ocasión, reunida la familia al completo durante una celebración navideña, alguien sacó el tema y los hermanos Amoroso y Armonio y los padres se lamentaban al unísono de la tozudez de Luis de las Ruinas y se mesaban los cabellos y rasgaban las vestiduras con alarde de gritos espeluznantes, llantos desgarradores y gran crujir de dientes.
Ingenuamente, viéndolos tan consternados, Felicita ofrecióse a mantener una entrevista con aquel señor para intentar de nuevo un acuerdo. Todos se mostraron escépticos pero dieron no obstante su consentimiento aduciendo que en todo caso nada se perdería en el previsto caso de no fructificar las negociaciones y luego cambiaron de tema y brindaron por la paz en el mundo a los hombres de buena voluntad, luego brindaron por las mujeres de buena voluntad y después por todos los seres vivos cualesquiera que fueran sus voluntades si las tenían e igualmente para el caso de que no las tuviesen. Luego, borrachos todos, bailaron y se fueron a dormir.
Al día siguiente Felicita se presentó en la redacción del Día Soriano y se sentó en el despacho del editor, que hacía también las veces de director, redactor, fotógrafo, astrólogo, comercial, publicista, repartidor y mecánico.
Allí permaneció por espacio de seis horas negociando con Luis de las Ruinas y regresó a la sede del Grupo Fidalgo con un acuerdo bajo el brazo. Reunió a la familia y les comunicó la feliz nueva. Todos dieron muestras de enorme alborozo y se abrazaban entre ellos y se besaban y bailaban sin parar de brindar.
Luego, risueños aunque tranquilos, inquirieron a la dulce Felicita sobre los términos y detalles de la operación.
-¿Cuánto nos costará?- preguntó el padre.
-Seis millones de euros, papi.
-¿Seis millones?, vaya... parece mucho dinero, ¿no?- el padre comenzaba a mostrar signos de desasosiego.
-¿Y cuántos empleados trabajan allí?- preguntó su hermano Armonio.
-Nueve mil setecientos catorce, pero ya me he comprometido a prejubilarlos a casi todos ellos con una más que generosa indemnización multimillonaria. A fin de cuentas más de la mitad sufren baja por ansiedad.
-¿Y qué tirada tiene el periódico?- Amoroso, como su hermano y sus padres, palidecía por momentos.
-Cinco mil ejemplares- Felicita llevaba las cifras bien aprendidas para demostrar a sus parientes y socios que todo se había llevado de manera concienzuda y profesional.
-¿Suscriptores?- preguntó la madre buscando una tabla de salvación.
-Mil novecientos, casi todos ellos empleados a los que se incentivó así para combatir el absentismo y la desidia. Y el resto, unos cuatrocientos, son lectores beneficiados por un sorteo de una suscripción vitalicia.
-¿Ingresos por publicidad?.
-Muy pocos. La semana pasada hubo un anuncio por palabras de un muchacho que quería vender su ciclomotor, que no está nada mal para un periódico de cuatro páginas, ya sabéis, hay que evitar la saturación publicitaria. Están esperando a que el chico venda la moto y pase a pagar.
-Bien, Felicita, bien,- el padre buscaba con la mirada algún objeto susceptible de convertirse en arma blanca con el que abrirse las venas- ¿y cómo están tecnológicamente?, ¿sistemas de automatización informatizados en las rotativas?.
-¡No, no, qué va!, ¿rotativa?, ¡oh, queridos todos, tendríais que ver su máquina, es digna de un museo!, es una vieja imprenta de los talleres de Meinard Ungut, famoso impresor alemán del XVII.
-Bien Felicita- la madre no quería ser muy dura- bien, bien, bien. Bien, bien, ¿y tú has comprometido el nombre de la familia?.
-Por supuesto, mami, el incauto ya no podrá volverse atrás, pues he insistido en ponerlo todo por escrito en un documento que hemos firmado los dos, un precontrato en el que se estipulan todos estos términos y cláusulas que os he referido.
-¿Seis millones, Felicita?.
-Seis millones.
-Y unas obligaciones que nos costarán al menos quince.
-Eso calculo yo, sí.
Los papis de Felicita y sus hermanos Amoroso y Armonio, disimulando en lo posible la desazón que les embargaba hicieron capítulo aparte y al rato volvieron.
-Felicita, hija querida,- dijo el padre- tu madre, tus hermanos y yo mismo hemos estado hablando durante estos breves segundos y hemos decidido, siempre que a ti te parezca bien, claro está, no desperdiciar tu innegable talento en menudencias como esta, pues eres llamada a los más altos designios. Tu abuelo Pedro Fidalgo como tú bien sabes sentía un profundo amor y respeto por los animales, amor y respeto que a Dios gracias has heredado tú, bendita sea tu estampa. Y así, considerando, considerando, hemos tenido una idea estupenda, eso creemos, idea que ahora sometemos a tu consideración. Tu hermano Armonio ha sugerido en varias ocasiones, como tambien sabes, la idea de fundar una fundación, fundación que habríase de fundar en nombre y honor de tu abuelo Pedro, que en gloria esté, fundación que tendría como misión la de acoger y proteger a la fauna autóctona del lugar aquel en que se fundase la fundación antedicha. Hemos pensado todos, aquí, en este aparte que hemos hecho, que tú serías la persona adecuada para gestionar este formidable y desinteresado proyecto. Has dado un paso, ejem, de gigante, y te has ganado el puesto, si a ti te parece bien, ¿a ti te parece bien?.
-¡Sería maravilloso!- contestó Felicita con entusiasmo.
-Pues hecho- contestaron todos.
-¿Y dónde sería la sede de la fundación?- preguntó Felicita.
-Lo dejaremos a tu elección- contestó la madre, siempre atenta ante la posibilidad de hacer una rima fácil con las palabras terminadas en “on”- pero que sea a más de trescientos kilómetros de Soria. Galicia servirá, pues es tierra que lleva animales dentro y hubiera sido sin duda del gusto de tu abuelo, quien como sabes era originario de allí. Tendrás un presupuesto anual que has de respetar por encima de todas las cosas y no has de pasarte ni un céntimo so pena de perder tus derechos de heredad y el amor de tu familia.
Al día siguiente, el padre de Felicita se presentó en el despacho de don Luis de las Ruinas.
-Buenos días, Don Luis- dijo el padre.
-Buenos días- contestó el otro- ¿me trae mi cheque?.
-Ahorraremos las monsergas, amigo. Mi hija Felicita, que tiene magníficas cualidades unidas a una manifiesta inexperiencia, ha comprometido el nombre de mi familia al firmar ese contrato absurdo con usted. Pero los dos aquí presentes sabemos que ni su empresa vale lo que le han ofrecido ni yo se lo voy a pagar. Durante muchos años hemos competido en buena lid y siempre nos hemos respetado. Usted, en su derecho, ha rechazado todas las ofertas del Grupo Fidalgo para vender su periódico y yo no he abusado de mi posición de superioridad para hundir su cabecera. Ahora usted está al borde de su apellido. Pues bien, yo vengo a romper el acuerdo y a quedarme con su periódico. Reflexione, don Luis, reflexione y dígame: ¿de verdad piensa usted dejar a su hija y a sus nietos Elisa y Ramiro todas sus deudas?. Piense. Escúcheme. Yo asumiré las obligaciones del Día Soriano y le contrataré a usted como director pues siempre le he considerado como un gran periodista. Respetaré su independencia y no interferiré en su línea editorial. Contrataré personal y usted tendrá un automóvil. Y un nuevo orangután disecado, a los que es tan aficionado, y un buen sueldo y prostitutas. Así yo le daré todo a cambio de nada. Usted simplemente me permitirá romper la palabra que ha obtenido de mi hija Felicita.
Y así entró el Día Soriano a formar parte del Grupo Fidalgo, en realidad gracias a la intervención de Felicita. Pocos días después falleció la madre de Felicita arrollada por un tractor y la dulce Felicita Se vino a Pontevedra para instalarse y dirigir la fundación.
Y esa fue la que ella me contó en la mesa preferencial del restaurante de lujo.
-Adoro la aurora boreal- contesté yo adormilado.
-¿La aurora boreal?, ¿ha visto usted alguna?- preguntó ella.
-En efecto, la he visto por el televisor.
-¿Los señores desean algún postre?
-Si, los señores deseamos un postre, tráiganos un postre para compartir, si es tan amable. Un postre dulce para dos.
-¿Sabe, Eugenio?- Felicita parecía algo achispada- me parece usted un hombre interesante. Me dejó algo intrigada cuando me habló de su invento, el Tubo de Mirar. Y ya que yo me he confiado a usted, ¿confiará usted en mí y me explicará en qué consiste esa maravilla?, puede contar con mi discreción, eso por descontado.
-Si yo no considerase mi casa indigna de usted, adorable Felicita, ya mismo nos dirigiríamos a ella y yo le mostraría mis tubos, el de mirar y el otro. Pero debe usted saber que soy un hombre humilde aunque las apariencias dicten lo contrario y no soy digno de que entre usted en mi casa, aunque una palabra suya bastará para sanarme.
-Yo también soy humilde e indigna- contestó ella devorando el postre- así que estamos en paz. Yo puedo ir a su casa como usted a la mía.
Aboné la cuenta y salimos del restaurante. Yo seguí el plan previsto. Basílica de Santa María, casa de Benito Soto, capilla de Sor Lucía, plazas de Teucro, Verdura, Leña y Pedreira. Por el camino fuimos parando en distintos bares y en uno de ellos le conté la teoría del Colón pontevedrés, Pedro Álvarez de Soutomaior, también llamado Pedro Madruga y Pedrálvares en Portugal, quien era un noble, en mi opinión luso-galaico, que portaba los títulos de Conde de Caminha, Vizconde de Tui y Mariscal de Baiona, y recordado en Galicia por haber ayudado a sofocar las Revoltas Irmaniñas y por enfrentarse luego a Isabel la Católica en defensa de Juana la Beltraneja y en Portugal por haber salvado la vida al rey Afonso V en la batalla de Toro y también por su alianza con los Bragança para asesinar a João II. Todo eso lo hizo antes de descubrir América con el sobrenombre de Cristóbal Colón.
Ella, como hacen todos, no se creyó ni una palabra y dijo que todo el mundo sabe que Colón era genovés. Yo entonces le aseguré que un antepasado mío, Alvar del Río, II Conde de Outeiro Alto y conocido como el Hideputa VII, fue compañero de correrías de Pedro Madruga viajó con éste a América en el viaje de descubrimiento y que en mi familia siempre se ha sabido que Colón y Pedro Madruga eran una misma persona.
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