El Tubo de Mirar.
Capítulo XI. Los morritos de lechón. Receta.
He de interrumpir aquí brevemente mi relato. Dadas las dramáticas circunstancias en que me encuentro mientras escribo y a las que, como le he prometido, llegaremos a su debido tiempo si las fuerzas me lo permiten, quiero aprovechar para dejar aquí la receta familiar de los morritos de lechón. Si bien la receta pertenece a mi familia desde tiempo inmemorial, quien primero la puso por escrito fue el amanuense de mi ilustre antecesor Alvar del Río el Hideputa, II marqués del Valle de Ostende. He tratado de ser preciso en la transcripción del texto medieval, cuyo pergamino aun conservo como titular que soy del marquesado. Con todo y ello, lo he adaptado al lenguaje actual para facilitar su comprensión.
No teniendo yo herederos, ni esperanza de tenerlos, y temiendo no salir con vida de esta situación, he decidido transmitir la receta para que la humanidad tenga un legado de la familia Del Río y de los marqueses del Valle de Ostende. Eso me servirá además para tomarme un respiro, necesario para ordenar las ideas y encarar con brío el resto del relato. Así pues, ahí va la secular receta:
Morritos de Lechón.
Cójanse todos los lechones recién paridos por vuestra más hermosa cerda. Córtensele los morritos. La operación ha de hacerse con los lechones vivos y en presencia de la madre. Tendremos entonces unos diez morritos de lechón tiernos y hermosos. Llévense los morritos al maestresala para que lleguen cuanto antes a la cocina de la fortaleza. Trocéense el resto de los lechones y sírvanse como alimento a su madre.
Es recomendable, antes de proceder a la extracción de los morritos, cerrar las puertas del castillo y apostar ballesteros en las almenas. El populacho suele acercarse al olor de la comida. Cójanse a dos villanos, al azar, y expónganse sus cabezas sobre una pica para aplacar al resto de la escoria y que regresen todos cuanto antes a sus labores en el campo.
Pónganse los morritos en salmuera. En ese momento ha de enviarse a un criado repostero a por castañas. Dado que las castañas más cercanas están en tierras de Don Fernán, el repostero ha de ir acompañado de al menos cuarenta caballeros, 200 piqueteros y 700 soldados. Conquístense las tierras de Don Fernán y escójanse bien las castañas, unas seis por morrito. Tráigase a Don Fernán y a sus hijos y enciérrense en el calabozo más húmedo del castillo. Pídase un rescate a Doña Leonor, la esposa de Don Fernán. Tortúrese a los hijos de Don Fernán por espacio de cuatro días, tiempo que han de dejarse los morritos en maceración.
Escójanse cuatro doncellas para retirar la salmuera de los morritos y dejarlos en condiciones óptimas para su elaboración. Hecho esto, las doncellas han de lavarse y perfumarse para satisfacer el derecho de pernada de su amo, que sois vos, mi digno sucesor.
Es necesario conseguir vino de Béjar. Dado que nuestro primo el Duque de Béjar se encuentra en estos momentos refugiado en nuestro castillo por no sé qué disputas con el Rey Nuestro Señor, envíese un mensajero que, en secreto, ha de contactar con el despensero de nuestro primo el Duque. Esto ha de hacerse con unos dos meses de antelación, pues tiempo es necesario para el viaje del mensajero.
Tenemos así los principales ingredientes: los morritos, las castañas, el vino y a Don Fernán, todo ello en manos de nuestro repostero mayor.
La grasa de caballo ha de ser de nuestro mejor corcel. Cierto que no es fácil para un caballero desprenderse de su más querida montura, pero creedme, vale la pena. Los morritos de lechón constituyen el más delicioso manjar que puede degustar un Marqués del Valle de Ostende, y no es plato de todos los días. El caballo será sacrificado por vuestras propias manos. No es digno de él perder la vida a manos de un criado. Ni es digno de un criado recibir tan alto honor.
Métase la grasa en una olla (este paso ha de hacerlo en persona vuestro respostero mayor), añádanse el resto de los ingredientes, salvo a Don Fernán, que ha de presenciar todo el proceso desde una jaula.
Las copas y las bandejas de oro, del botín obtenido en vuestra última campaña contra los moriscos, se presentarán a la mesa. Han de ser invitados vuestros capitanes y escuderos con sus mujeres y prometidas, éstas en mesa aparte. Comeos vos los diez morritos mientras los invitados os admiran con lealtad. Luego han de aplaudir todos ellos furiosamente y comerse el plato preparado para ellos, normalmente huevos hervidos, momento en el que aparecerá vuestro bufón, ya cenado, para amenizar la velada.
Es imprescindible, tras la preparación de los morritos, desollar vivo al repostero mayor, sin darle tiempo a transmitir la receta, que ha de pertenecer exclusivamente al titular del señorío. Mi amanuense, que transcribe al dictado estas líneas, será igualmente desoll...
Y hasta aquí, Doctor Padín, la receta de los morritos de lechón de los marqueses del Valle de Ostende. Espero que la disfrute.
Continuaré el relato desde donde lo tengo interrumpido, pero eso ya será en el próximo capítulo.
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