domingo, 7 de marzo de 2010

El Tubo de Mirar. Noveleta humorística. Capítulo XII.

El Tubo de Mirar.


Capítulo XII. El pato herido.


Tras la lectura de la carta de la dulce Felicita permanecí varias horas extasiado, imaginando cosas que mi sentido del decoro me impide reproducir aquí, aun a riesgo de contar la verdad incompleta, pero uno es un caballero y un caballero ha de guardar para sí ciertos detalles cuando incumben a una dama sobre todo si, como es el caso, la dama es la primera en desconocer lo que el caballero piensa a sus espaldas. Algún día la propia Felicita podría leer estas lineas, y entonces, ¿que pensaría al saber que yo me la imaginaba totalmente bañada en salsa Worcestershire y chillando como un puerco el dia de San Martiño?

Decidí aceptar su invitación para visitar sus nuevas instalaciones, y pensé que no sería correcto hacerlo con las manos vacías. Debía llevar algún regalo, como flores o un cartón de Ducados. No quería meter la pata otra vez y no habiendo nacido yo con el don de la oportunidad debía medir bien cada paso que daba. Valoré otras posibilidades, a saber: un neumático Firestone, un bolígrafo publicitario de Casa Paca, un calendario del año 1989, un dibujo hecho por mí de una casita con chimenea humeante, un folleto con las ofertas de Carrefour, o todo ello junto.

Cavilando, cavilando, se me ocurrió una idea genial. Ya que su fundación estaba dedicada al estudio y recuperación de la fauna local, y que recién empezaban, estarían faltos de animales heridos.

¡Dios, doctor Padín, nunca intente tronzar la pata de una gaviota!, pues parecen animales dóciles y elegantes, pero se defienden bien las hijas de puta. Escarmentado y con el cuerpo cosido a picotazos por la maldita carroñera, me dirigí al estanque del parque de Las Palmeras, donde comprobé con alivio que los patos son aves mucho mas agradecidas, aunque también muy ruidosas. Siempre se aprende algo nuevo.

Con el pato en una bolsa y a toda prisa para escapar de las miradas acusatorias de varios niños que presenciaron como se le parte una pierna a un pato viejo, volví al portal de mi casa, monté en mi bici y tomé el camino de la fundación de Felicita, a donde llegue tras hora y media de cadencioso pedaleo.

Allí pregunté por la dulce señorita Fidalgo, quien, tras ser avisada compareció ante mí con una deslumbrante sonrisa.

- Hola, Felicita, le traigo un pato herido -dije tendiéndole la bolsa- Lo recogí de camino tras presenciar horrorizado cómo unos niños crueles le partían la patita para divertirse.
- ¡Por Dios, traiga aquí, pobre animal! Esto no es una clínica veterinaria, pero lo atenderemos encantados. Es usted una buena persona, Eugenio.
- Gracias, Felicita, también usted está muy buena -respondí galante.
- ¿Quiere dar una vuelta?, le enseñaré esto. Espero que comprenda que estamos aun instalándonos, y es posible que encuentre deficiencias.
-Oh, no importa, he venido por el placer de verla a usted -omití añadir que en realidad sus instalaciones me importaban tres carallos.

Felicita impartió una batería de instrucciones a sus subordinados y dio orden de que no la molestaran hasta nuevo aviso, lo cual me halagó.

Recorrimos en primer lugar las oficinas y los laboratorios, en los que se veía mucha gente trabajando en una serie de proyectos que no comprendí a pesar de las detalladas explicaciones y luego pasamos a conocer el terreno, que era inmenso. Se veían por aquí y allá parcelas cerradas, algunas de ellas con bichos dentro y otras en preparación. Cuando nos encontramos suficientemente alejados del personal, ella me preguntó por el Tubo de Mirar.

- Desde que recibí su amable carta no ha habido novedades -informé.
- Tendrá que armarse de paciencia, Eugenio.
- Lo sé, lo sé, ¡mire que jirafas tan hermosas!- casi grité señalando a una manada de ellas que correteaban por un amplio recinto.
-En realidad son caballos. Tenemos varios ejemplares de una raza autóctona. Pretendemos realizar una serie de análisis de ADN para establecer...
-Pues yo creo que son jirafas.
-Perdóneme, Eugenio, pero salta a la vista que son caba...
-Caballos, ya lo sé, mujer, era en broma- mentí algo picado. Sigo creyendo que eran jirafas, o al menos lo parecían. El cuello de los caballos es mucho más largo, pero no tenía ganas de discutir.

Tardamos un buen rato en recorrer la parte de la finca más cercana a los laboratorios, ella explicando y yo escuchando.

- ¿Puedo llamarla algún día para dar un paseo? -pregunté con el alma en vilo.
- Perdóneme, Eugenio, pero creo que no sería buena idea. De momento, si usted me lo permite, me conformaré con ser su confidente en asuntos científicos. Lo entiende, ¿verdad?
- Supongo que si.
- En fin, le agradezco la visita.
- Y yo a usted la amabilidad con que me ha recibido. Bueno, tengo que irme. Se hace de noche y no llevo luz en la bici.
- ¿Quiere que le pida un taxi?
- Gracias, pero no hace falta. Es una bicicleta segura. Tiene ruedines.
- Bien, pues vaya con cuidado.

Monté en la bici y volví a mi casa. 


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