sábado, 13 de marzo de 2010

El Tubo de Mirar. Noveleta humorística. Capítulo XIII.

El Tubo de Mirar.

Capítulo XIII.  Traslado al taller.


Nulas eran mis posibilidades con Felicita si no progresaba con el Tubo, que a fin de cuentas era lo que al parecer interesaba a ella de cuanto yo podía ofrecer. Decidí trasladar mis experimentos a su taller, doctor Padín, ahora mío. En el podría trabajar con mayor comodidad y concentración.

Así, allí me dirigí al día siguiente. Barrí, fregué, limpié y me procuré espacio apartando a una esquina todo lo que estorbaba, viejos prototipos que tantos recuerdos de usted me traían. Monté el trípode con el Tubo en el centro del taller. Coloqué una banqueta para sentarme y una mesa junto a ella para utilizar como escritorio en el que hacer mis anotaciones. Sobre ella coloqué la cámara de fotos.

Puse otra mesa frente al Tubo para colocar los objetos a estudiar, y sin mas dilación comencé a trabajar sin tregua. En principio decidí dejar a Cancerbero en casa hasta alcanzar un ritmo de trabajo que me permitiera fijar horarios.

Una hora después se dieron los primeros y sorprendentes resultados.

Estuve analizando el filtro de un ducados que acababa de fumar. Descubrí en el una pequeña civilización de aspecto medieval, en la que unos hombres malencarados y muy ceñudos vestidos con largas faldas ajusticiaban a una mujer que afirmaba haber descubierto que el universo es cilíndrico y está lleno de nicotina. Deduje por sus gestos, pues como ya he dicho no se les podía escuchar, que la ejecutaban por hereje y por dedicarse a la ciencia en lugar de ocupar su tiempo en hacer la colada y esperar a su marido con una taza de café instantáneo para que le diera una paliza al llegar a casa. Lamentablemente este descubrimiento me dejó una sensación agridulce, pues a pesar de que me animaba a continuar no pude documentarlo porque en el breve espacio de tiempo que tardé en preparar la cámara aquel mundo saltó por los aires envuelto en llamas. Luego me di cuenta de que la colilla estaba mal apagada.

Pero supuso, no cabe duda, un espaldarazo a mi moral. El primer día de trabajo en el taller y un nuevo mundo había aparecido y desaparecido ante mi vista. Pensé en llamar a la dulce Felicita para hacerla partícipe de tan increíble hallazgo pero finalmente desistí porque en realidad no tenía nada que mostrar. Fui a celebrarlo a Casa Paca y desperté, ya avanzada la madrugada, en el campanario de San Francisco, con la bici junto a mí. Sólo Dios sabe cómo pude llegar allí. Había vomitado y orinado sobre mí mismo, lo que me llamo la atención pues no recordaba haber tenido pesadillas.

Malamente llegué a mi casa y di cuenta de un tazón de Crunchy Fruits chocolateados y una cerveza gallega. Recé mis oraciones y me metí en cama.

Antes de dormirme tuve un recuerdo para aquella pobre mujer que intentaba explicar en una pizarra a los señores de las faldas cómo era el universo y recibía a cambio burlas e insultos. Así es la vida de nosotros los científicos, pensé, dura e ingrata, enfrentándonos siempre a la incomprensión de la gente. Solamente me consoló pensar que el destino había deparado a los inquisidores la misma suerte a que ellos condenaban a mi valiente científica.

Pero, ¿cuántos cientos o miles de seres habían perdido la vida en aquel pequeño mundo, seres inocentes arrasados por mi descuido?, no pude evitar sentirme responsable, no sólo por aquellas existencias destruidas, sino por el futuro que les había negado, por todos los que ya no habrían de nacer.

Y de paso, acababa de destruir un descubrimiento antes de fotografiarlo, todo por no apagar bien un cigarrillo negro 100% tabaco natural.

Debía tener en adelante un cuidado extremo con mis métodos de trabajo para no caer nuevamente en un error tan trágico en sus consecuencias. Primera norma, no se deben masacrar civilizaciones. Segunda norma, conservar las pruebas. Tercera norma, limitarme a observar sin intervenir. Las demás normas ya irían llegando.

¿Era el Tubo de Mirar en realidad una puerta que nos comunicaba con una nueva dimensión, hasta ahora desconocida?, me dormí pensando en ello.

Y desperté, vitalista y animoso. Departí con Cancerbero sin obtener respuesta y prestamente realicé por el aire labores del hogar. Pasé la escoba, la fregona, el plumero, limpie ventanas, cacharros, y me dirigí al taller para empezar una nueva jornada de trabajo. Me sentía por primera vez útil. El tener un horario y un lugar de trabajo daba un nuevo sentido a mi vida.

Durante aquella semana los hallazgos se sucedieron de manera sorprendente. Hice tres descubrimientos en cinco días. El primero y el tercero no fueron especialmente productivos. Tierras baldías, paisajes agrestes sin restos de vida. Los describí en mi cuaderno de notas, los fotografié y los guardé en un cajón para muestras al que en adelante denominé Cajón para Muestras.

El segundo descubrimiento me ocupo más tiempo. Era un planeta fértil, lleno de vida, una tierra dominada por unos bichos de tres piernas realmente horrorosos, de color amarillo limón que basaban su existencia en capturar para su ingesta a otros bichos igualmente horribles pero mas pequeños y blancuchos que superaban en número a los primeros pero eran más débiles y dóciles. Estos últimos eran herbívoros y se alimentaban de un vegetal que abundaba por el planeta y tenía el aspecto de una berenjena rebozada.

No había en aquella tierra signos de inteligencia pero sí una gran actividad. Lamenté no haber llamado a Felicita antes de retirar la muestra. Cuando traté de localizarla nuevamente, fracasé. Otra norma, nunca retirar una muestra sin avisar a Felicita. Decidí también buscarme un establecimiento de revelados estable, con el que yo pudiera trabajar de manera permanente. Mis descubrimientos comenzaban a ser lo suficientemente importantes como para confiarlos a un profesional del revelado que se negara a entregarlos sin recibir a cambio el estipendio establecido en tarifa. Con esto pretendo decir que si uno va sacando una navaja para obtener a cambio un servicio no puede luego esperar continuidad en la prestación de ese servicio, y que yo no podía arriesgarme a perder uno sólo de mis negativos.

Así, ya llegado el sábado lleve mis carretes a una tienda de reciente apertura donde el muchacho que me atendió no parecía conocerme y al cabo de una hora regresé con dinero y recogí el resultado. De dónde saque el dinero es otro cantar y ahora no viene al caso. Solamente añadire que no hay profesión indigna por antigua que sea y que todas las formas de relación entre humanos son legales si hay consentimiento de las partes, y creo que he escrito demasiado. Lo demás lo dejo a merced de la imaginación de cada cual.

Las fotos eran buenas. Las adjunté a mis informes y las archivé con el número de muestra.

Fin de semana. Tiempo para el solaz y la diversión, alejado del esclavizante trabajo realizado durante la semana. Un buen descanso ganado a pulso, que dediqué a poner en orden mis ideas, eso durante el día, que las noches anduve de bailón bebedor, como era mi costumbre por aquellos días, que hoy, pasado el tiempo, y a mi edad, el baile ya no es tan lujurioso, con esos movimientos de caderas y ese pendular de la cabeza que tanta envidia causa entre los muchachos y deseo entre muchachas y homosexuales, que aunque entre estos últimos no busco opciones, a uno siempre le gusta ser ambicionado.

Difícil recordar detalles. Debió, no obstante, el fin de semana ser bueno, pues si bien no guardo recuerdos buenos tampoco los guardo ingratos y es sabido que las desgracias nunca se olvidan, o se olvidan mal y tarde.

Regresé al taller el lunes, con muchas ganas de trabajar y descubrir nuevas maravillas. No fue mi mejor día, nada nuevo me enseñó el Tubo, pero no lo consideré improductivo ya que mi estado de ánimo invitaba al optimismo y a fin de cuentas era yo un hombre enamorado y el amor, Doctor, como usted sabe, es ciego.


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