Capítulo XVII: Joaquinito, el Niño Expósito.
-No conocí madre ni padre, aunque sé que los tengo, o los he tenido, pues a pesar de mi corta edad sé que para nacer los mamíferos necesitamos de ambos, salvo que se recurra a la clonación, que entiendo que no se ha practicado con humanos todavía. Tampoco los he echado de menos, pues nunca he sabido lo que es una familia, ni el cariño de un ser querido. Me crié en un orfanato dirigido por unos hermanos maristas que proporcionaban a los niños que allí vivíamos educación y sustento. Allí pasé mi primera infancia, y creo que era feliz, pues naturalmente y a falta de otras referencias, creía que todos los niños del mundo vivían en iguales condiciones. Por aquella época no me sentía yo diferente, eso vino después. Los maristas nos trataban con respeto, y a pesar de que imponían una disciplina férrea no nos maltrataban ni abusaban de nosotros como luego he sabido que sucede en algunos lugares. Nos dedicábamos principalmente al estudio y a la oración y nuestra vida creo que era en líneas generales agradable. Al menos no guardo recuerdos de lo contrario.
"Fue un poco después, acaso con cuatro o cinco años, leyendo la Biblia o escuchando comentarios de niños algo mayores cuando empecé a tomar conciencia de nuestra singularidad, bien porque los relatos bíblicos aludían una y otra vez a la protección que padres y madres prestaban a sus hijos, bien porque llegaban rumores de que algunos de nuestros compañeros eran algunas veces adoptados por padres, incluso se dijo de alguno al que había ido a recoger su madre biológica cuando las circunstancias se lo permitieron.
"Comencé a sentir una curiosidad tremenda por aquello, y a hacerme preguntas que por mi corta edad y el respeto casi temeroso que me inspiraban los maristas no me atrevía a trasladar. Me parecía un tema vetado para mi, casi pecaminoso, a causa de mi corta edad. ¿Le aburro, señor?
-No. Continúa, Joaquinito.
- Bien, pues vera, yo...
- Un momento, niño, ¿dices que con cuatro años te dedicabas a la oracion y el estudio de la Biblia?, me parece un poco pronto.
- Quizas fueran cinco años o seis, señor, no sé qué edad tengo ahora.
- ¿Y cómo es eso?
- Entenderá, si me deja proseguir.
-Prosigue entonces.
-Una vez nos llevaron de excursión, a una romería popular, de esas que la gente va en peregrinación y venden pulpo y rosquillas. Bien, aquel día cambió mi vida pues a pesar de mi corta edad tomé una decisión sin vuelta atrás. Por el camino vi cosas que nunca hubiera imaginado. Calles, coches, gente, era como si un nuevo mundo se abriera ante mis ojos. Luego, ya en la romería vi algo mas, vi familias, grupos de amigos, niños de mi edad jugando alegremente, oí por primera vez música profana. Comprendí que nunca disfrutaría como toda aquella gente mientras estudiase en el orfanato, y nadie salía de él hasta cumplir la mayoría de edad, que se me antojaba muy lejana. Tuve una idea, como le decía antes. Decidí escaparme, ese mismo día en aquel mismo lugar y en ese mismo instante. Fue fácil, claro, perderse entre aquella maraña de personas, palcos, mesas, puestos..., y lo hice. Me alejé primero unos metros y al advertir que nadie se daba cuenta proseguí avanzando, por el monte, entre los árboles, y seguí luego corriendo durante horas hasta encontrar un camino que tomé y recorrí hasta el final, hasta la hermosa ciudad de Pontevedra. Era un niño asustado, por supuesto, pero con una voluntad de hierro.
"Mis conocimientos sobre la vida empezaron realmente ese día. Comprendí que cuanto había aprendido hasta entonces no tenía más utilidad que la de saber comportarme en una mesa, el respeto al prójimo y poco más, pero nada práctico. ¿Como procurarme sustento, techo?
"En situaciones extremas al individuo se le aviva el ingenio y desarrolla la inteligencia, esa es una de aquellas primeras cosas que aprendí. Aprendí también que en los países como éste, democráticos y con cierto nivel de civilización, un niño que camina solo por la calle, máxime en horarios lectivos, es visto con recelo. Los adultos se preguntan qué hace ese niño tan guapete que no está en el cole, y dónde están y quiénes son esos padres que en lugar de ocuparse de su educación lo abandonan a su suerte, tan pequeñajo.
"Pero me adapté. Permanezco escondido la mayor parte del tiempo. Por las noches, sigilosamente, salgo a por algo de dinero, no necesito mucho. Normalmente desvalijo a borrachos que duermen, como usted, a quien ya he vaciado los bolsillos en varias ocasiones, circunstancias y lugares, que en su caso, señor, son normalmente inverosímiles, como hoy mismo. Luego, por la mañana temprano o al atardecer, cuando los demás niños salen del colegio, voy a hacer la compra a un gran supermercado, para pasar desapercibido y hago una lista de la compra con una letra primorosa por si alguien se pone curioso, para enseñársela y decirle que me envía mi mami. Y esa es, en líneas generales mi historia, que como usted ve, es corta e intensa.
"Hoy volví a verle a usted, subiéndose a este camión de transporte de prensa, borracho perdido como casi siempre, y subí a mi vez con ánimo de robarle, pero mientras estaba yo agazapado tras esa pila de revistas de ahí, esperando a que usted quedara inconsciente, el camión arrancó, y aquí estamos ahora usted y yo camino de Valladolid.
- ¿Valladolid?
- Si, señor. El camión va todos los días con la prensa que no se ha vendido, y allí lo espera otro que trae la prensa de Madrid. Se intercambian la carga y cada uno vuelve a su sitio. Lo sé porque algunas veces me escondo cerca de la casa del chófer, junto a su taller, y soy muy observador.
-Ya me doy cuenta, ya. Y dime, Joaquinito, cuando llegué yo, ¿venía solo?
-No, señor. Lo traía a usted una dulce señorita que ya ha estado alguna vez en su taller. Usted salió del coche lujoso de ella, babeando, musitando estupideces. Me extrañó el hecho de que ella, lejos de mostrarse enojada como suele ser cuando una persona lleva toda la noche aguantando a un borracho, por el contrario, mostraba una sonrisa indulgente. Se despidieron y cuando ella arrancó, usted en lugar de entrar en su taller se subió trabajosamente a este camión. Supongo que su primera idea fue la de dirigirse a su casa, pero en su estado...
Siguiendo las instrucciones de Joaquinito, el Niño Expósito, cuando el camión paró nos bajamos inmediatamente y estuvimos escondidos mientras los conductores procedían al intercambio de cargas. Luego, justo antes de que arrancara nos volvimos a subir y vuelta a Pontevedra. Aproveché para echar un vistazo, pues como ya he dicho nunca había salido de mi ciudad. Valladolid, Doctor Padín, es una mierda, yo esperaba algo más, la verdad. Consta de una gasolinera con tienda y cafetería en la que trabajan no más de cinco habitantes. Tiene un estacionamiento grande para que paren los camiones con prensa de Madrid. No se puede pedir más a una ciudad de nueva construcción plantada en una autovia.
- Niño, ¿quieres trabajar?
- ¿Trabajar para usted?
-Sí, ayudándome en mi taller. Yo empecé así, como ayudante del Doctor Padín, y mírame, ahora soy mi propio jefe. Así yo tendría mas tiempo libre...
- ¿Más? Si usted no pega golpe...
- ... y tú podrías vivir en mi taller, y dejar de esconderte. Yo sería tu cobertura.
- Señor, no quiero ofender, y no me malinterprete, pero los lugares donde yo me escondo son palacios al lado de su inmundo taller, pero acepto, ¿me pagará?
- Bueno, algo sí te pagaré, y te daré cobijo. Seré tu maestro y algo así como si dijéramos un padre adoptivo. No me volverás a robar al menos hasta que tengas edad. ¿Aceptas?
- Bueno. Gracias.
- Oh, no me des las gracias. Tu historia me ha conmovido, ¿sabes?, algún día te contaré la mía, que no es mas grata.
- ¿Señor?
- ¿Sí, Joaquinito, el Niño Expósito?
- Yo he visto como mataba usted al extranjero, pero no diré nada. Usted se defendía.
- ¿Lo viste?, ¿viste como lo neutralicé con un golpe certero primero y con la bici después? Estuve hábil, y todo sin dejar de menear la melena, ¿eh?
- Bueno, bueno, sí, aunque también el pobre señor aquel tenía más de cien anos y ni podía casi con su Smith and Wesson.
- En fin, niño, vamos a dormir un rato.
- ¿Me dejará jugar con su bici?
-Claro, cuando a mi no me haga falta, pero sin quitar los ruedines, ¿eh?, y a cambio tu te encargarás de mantenerla limpia y engrasada.
- Bien.
- Y no me llames señor. Me llamo Doctor Eugenio del Río, pero puedes llamarme Doctor a secas.
- ¿Me dejará mirar con su Tubo?
- ¿Tú sabes lo del Tubo de Mirar?
- Ya le dije que soy muy observador.
- Ya hablaremos, ahora duérmete.
- ¿Señor?
- Doctor.
- ¿Doctor?
- Dime
- Ya estamos en Pontevedra.
- Vaya, hombre, necesito dormir. Toma las llaves del taller. Descansa un poco y después límpialo bien. No toques el Tubo, bajo ningún concepto. ¿Sabes dónde vivo?
-No.
Le di la dirección de mi casa e instrucciones para que cuando terminara de limpiar viniese a comer algo.
Y así fue como conocí a mi ayudante, Joaquinito, el Niño Expósito.
PORFINNNNNNNNNNN.
ResponderEliminarYa era hora, pero vale la pena esperar. Un buencapítulo, Rodrigo, a la altura de los demás.
ResponderEliminarSen tempo non foi. Agora teño que voltar atrás pra non perder o fío. Esperemos que o seguinte non tarde outro mes.
ResponderEliminarRodrigo, gracias, por fin podré dormir.
ResponderEliminarPor cierto, muy bueno, siempre quise tener de ayudante a un expósito