El divorcio de Aznar y Ana Botella.

José María Aznar llevaba varias semanas dando vueltas al asunto. No sabía cómo proponérselo a Ana Botella. Guiado por sus asesores de la FAES, por fin trazó un plan. Y varios planes alternativos por si aquél fallaba. Una noche, al fin, reunió todo su valor, y desnudo ante ella, enseñando abdominales por causar mejor impresión, le propuso su idea con vallisoletana llaneza. Estaban de aniversario y así, pensó Aznar, ella compartiría su más ambicioso proyecto.

- Ana, quiero que lo dejes todo y me ayudes a montar un bar. Un bar donde la clientela sea feliz. Quiero que seas la camarera.

Después de tantos años, Ana sabía cuándo su marido hablaba en serio. Se asustó.

- ¿Un bar? -acertó a preguntar.
- Sí, Botella. Un bar en el que la gente sea feliz. Está todo aquí -señalaba su cabeza-. Y tú serás la camarera.
- ¡Ni hablar! -contestó ella indignada

Aznar recurrió entonces al primero de los planes alternativos.

- ¿Y si te lo pido con asento mexicano, pronunsiando así las palabras, pinche pendeja hija de la chingada?
- Así menos.

Y luego al plan C:

- Y zi hablo azí, entoncez ¿qué me diríaz?
- Vete a la mierda.
- ¿Prronunciando las erres de manerra rrotunda, podrría convencerrte?
- ¡No!

Y ambos se dieron cuenta de que no estaban hechos el uno para la otra y viceversa. Y sintiéndose liberados comenzaron a reír y pidieron el divorcio de común acuerdo y Alejandro Agag se hizo cargo de las dos pensiones de manutención. Así fue. Ya está.



De Los Enemigos, "An-tonio", otra historia sobre alguien que quiere montar un bar.