Nadie se muere por comer algo del suelo

Hoy, al poco de despertarme me encontré hablando por teléfono con una amiga mía que es escritora madrileña. Y de repente me dijo una gran verdad: "Rodrigo, nadie se muere por comer algo del suelo". Ella no me estaba sugiriendo, obviamente, que yo me lanzara a la calle a buscar alimentos en el suelo para comérmelos, no está loca. De lo que estaba hablando es de lo limitados que estamos cada día de nuestra vida por cosas que en algún momento nos dijeron que no se pueden hacer, y nos dieron razones que son inexactas cuando no directamente falsas. Hay una gran diferencia entre lo que se puede o no hacer y lo que se debe o no se debe hacer. El problema surge cuando confundimos poder con deber. Y más si esa confusión parte de una falsa premisa que nos han enseñado en la infancia. Algo se tuerce en el momento en que nos dicen que no está bien patear charcos. Un niño cuando ve un charco lo que quiere es patearlo y pisotearlo. Le resulta incomprensible que se lo impidan, entre otras cosas porque los niños, que son más listos de lo que creemos, saben que no tiene nada de malo pisotear charcos. Luego crecemos y pasamos por la vida mirando charcos que no podemos pisotear y, lo que es peor, prohibiendo a nuestros hijos que lo hagan, en un ejercicio estúpido de venganza vital, atávica, por el simple motivo de que a nosotros tampoco nos dejaron hacerlo cuando quisimos.

Inmediatamente después de hablar con mi amiga la escritora me tocó leer esto. Al menos, pensé, queda alguien en el planeta que sabe lo que le apetece hacer y lo que no. Creo que es bueno que uno siga pateando charcos cada vez que lo desee. Y además el cabrón desborda talento.