Soledad

Siempre se había sentido tan solo...

Lloraba por las noches. No lo hacía en silencio porque nadie lo escuchaba jamás. Se recordaba de niño, siempre solo, entonces con el llanto contenido, siempre con aquella tristeza que nunca supo de dónde le venía. Y ahora, pasado tanto tiempo, nada había cambiado. Hacía más de diez años que no veía a sus hijos. Tampoco quería hacerlo.

No quería que vieran en qué se había convertido, un ser todavía más desgraciado, destrozado por la vida que mata. Había dejado las drogas tiempo atrás, pero aquello no había mejorado nada. Seguía igual de solo, igual. Intentó otra vez buscar en su memoria un recuerdo dulce. Como siempre, nada. Sintió su desgracia más dura que nunca. Y pasaba por aquella calle llena de gente sin poder contener las lágrimas, sin mirar alrededor, sin buscar ya el auxilio que siempre había extrañado.

En eso vino un duende enano bueno y le dio la hostia de pasta y ya se le pasó. Y cumplió su viejo sueño de comprarse un dromedario y pegarle una paliza.