lunes, 4 de febrero de 2013

ESTA VIDA DE PERROS


Por Manuel Pérez Lourido


Cuando me paso por aquí a la vuelta del finde, me siento como el chucho que se adentra en territorio foráneo y no tiene cosa mejor que hacer que dejar un rastro tras un leve levantamiento de pata. Son curiosos los animales. Los seres humanos también, y tan retorcidos que llegamos a sentir curiosidad por nuestras propias rutinas y filias y fobias. No se trata de comparar mis deposiciones en Glub con la sabia meada que el ADN perruno les hace depositar aquí y allá a los canes, para marcar como propio un recinto. Ya sé yo que esta bitácora tiene el dueño que merece y que se ha ganado su público a golpe de materia escrita, humor e ingenio; el que repetidamente, como hacen los perros, uno reitere su ingreso en esta zona es tan sólo un síntoma más de la intensa verborrea literaria puede a llegar a azotar a los seres humanos. Algún especialista en la materia debería también analizar el por qué la comparación de los textos con las heces (por ir dejando pistas a los exégetas).
Alcanzado el objetivo de llenar un párrafo sin haber dicho practicamente nada, conviene adentrarse en el meollo. “Meollo” es vulgarismo del latín “médulla” que también es le título de un disco de la islandesa Bjork a quien tuve el placer de escuchar en el Gaiás mientras mi cuerpo iniciaba los trámites elementales de la congelación. En sentido figurado, ambos términos aluden a la parte esencial, a la entraña de un asunto. Hay, pues, que decidirse: la semana ha venido metida en harina. Para llenar varios sacos: la caligráfica morosidad contable de Bárcenas, el virtuoso Messi esperando en las cocheras del Bernabeu a un adversario tras el enésimo partido del siglo, el indulto a la mamá que compró comida para sus retoños con una tarjeta que se encontró, otro indulto a un kamikaze automovilístico que ocasionó una muerte, el caso Amy Martin (o el toco-mocho más trending), etc.
Uno se siente tentado por los dientes de sierra de los temas apuntados, pero luego observa la exagerada papada de pega de Anthony Hopkins en el papel de Alfred Hitchcock (por cierto, hitch puede ser hacer auto-stop, no les diré qué significa cock) y empieza a titubear. Me encanta titubear: dudar es un coñazo, francamente, pero titubear es una experiencia glamurosa y fascinante. Tal vez por eso soy de los que titubean cada vez que pueden permitírselo, que hay ocasiones en que simplemente es un lujo: que se lo pregunte a nuestro presidente de gobierno. Los de Pontevedra solemos llamarle Mariano, aunque no hayamos sido presenteados. Por marcar territorio también, claro.
A ciertas alturas de los titubeos y de los posts, uno ha aprendido que retirarse a tiempo tal vez no sea una victoria, pero te asegura un empate. Y tal y como está el cotarro, les confesaré, no estamos para despreciar los empates. Suyo afectuosamente.


1 comentario:

  1. ..."la caligráfica morosidad contable de Bárcenas"

    Cien sobre diez. Y la foto un acierto, que viene diciendo que hasta los perros si se ponen saben recoger su mierda

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