Por Manuel Pérez Lourido
A los
entrenadores de fútbol se les suele llamar “técnicos”. Menuda
estupidez. En todo caso habría que llamarles “tácticos”. Y,
dado el divismo imperante en los vestuarios, la mayoría se tienen
ganado el tratamiento de “monseñor”.
A
estea denominación escaparían entrenadores de proverbial mala leche
como Clemente, Capello o Mourinho. Gente, además, a la que se le
entiende todo lo que dicen. Suelen ganarse la antipatía de la prensa
deportiva porque los periodistas no están acostumbrados a que les
golpeen las verdades como puños.
Hay
equipos de fútbol tan buenos que parece que ganarían aunque
tuviesen al frente a Cañita Brava. Pero se trata de un espejismo. La
gran tarea del “míster” (otra forma atrabiliaria de referirse al
oficio) consiste en lograr que el futbolista, joven y millonario,
piense en jugar al fútbol. Enfrascados en esta tarea titánica, los
buenos entrenadores acaban agarrándose cabreos de mil pares de
narices. Unos los disimulan y otros no. A unos los pinchas y te meten
el dedo en el ojo y a otros no les sacas ni una gota de sangre.
El
entrenador es un tipo de ser humano que vive con una maleta a medio
hacer y la libreta de un plan de pensiones en la cartera. Su
principal enemigo en esta vida es el árbitro, la mala suerte, las
inclemencias meteorológicas, la mala suerte, el estado del césped,
la mala suerte...
los
entrenadores de fútbol tienen un punto paranoico que les hace ver
enemigos por todas partes: en el vestuario propio (donde más
abundan), en la junta directiva del club, en el equipo médico....
son una especie de llaneros solitarios cuyo destino será ser
manteado: si ganan por haber ganado y si pierden por haber perdido.
El
mundo de los entrenadores es un misterio: algunos parece que no hacen
nada, parece que no tienen ni idea de fútbol, parecen incluso
parvos, pero consiguen éxitos incuestionables. A otros les encanta
llamar la atención y terminan haciendo de pimpampúm y comidoso por
la bichería.
El
mejor entrenador que un sevidor vio en su vida ni siquiera entrenaba.
Andaba dando vueltas por la Ciudad Deportiva del Real Madrid y por
los despachos, hasta que echaban al entrenador del primer equipo. Por
demasiado listo o por demasiado tonto, que es por lo que suelen
echarlos. Entonces lo ponían a él al frente y terminaba ganando lo
que quedase por ganar hasta final de temporada. Luego fichaban a
otro, y cuando se lo cargaban, volvían a acudir a él. Le sucedió
esto con Miguel Muñoz, Miljanic, Boskov y Amancio. Al final,
aburridos, los dirigentes del club le dieron la medalla de oro y
brillantes. Este genio en la sombra se llamaba Luis Molowny. Don Luis
Molowny.
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