martes, 16 de julio de 2013

LA ESPECIE HUMANA, EL CHORICEO Y LA TELEVISIÓN



Por Manuel Pérez Lourido


Multan a preferentistas por tocar el cláxon durante las protestas. Los señores de las cajas, que previamente les habían tocado las narices, pero bien, se van de rositas. No es el el mundo al revés: es el que hemos tenido siempre. “Sempre choveu para abaixo” escuché decir a un sabio hace poco, sintetizando meteorológicamente el abuso de poder que viene siendo ley siglo a siglo.
Otro sabio, Quevedo, decía “la envidia de la virtud/hizo a Caín criminal/gloria a Caín hoy el vicio/es lo que se envidia más”. Si encendemos la televisión (dejemos de llamarla “caja tonta”: los tontos somos los que le damos crédito) podemos usarla como observatorio privilegiado de la estupidez y la bajeza humanas. Pocos programas sirven para informar, formar y entretener. A no ser que llamemos entretenimiento a esa suerte de impúdica exhibición de las limitacións propias en vivo y en directo a cambio de un montante económico. Si uno quiere explicarse como hemos llegado a alcanzar la catadura moral de un zapato, sería interesante rastrear las pistas mediante un análisis de la programación televisiva durante los ultimos veinticinco años. Incluyendo las preferencias manifestadas por los espectadores. Y la doble moral que se rastrea al ser elegidad “la 2” como cadena favorita cuando es la de menos audiencia.
Por qué no hacemos que cambien las cosas?
Somos más individualistas de lo que pensamos, más escépticos y derrotistas de lo que pensamos. Vemos a la gente caer en el latronicio por culpa de la codicia y en el fondo no podríamos negar que fuésemos a hacer lo mismo de haber tenido la oportunidad.
Todos estos sesudos planteamientos que acabo de hacer tras una profunda reflexión de tres segundos vienen a concluir que el ser humano quiere hacer el bien, pero no lo consigue (esto ya lo apuntó Pablo de Tarso hace la tira de años). Y no lo consigue porque le resustan agradables las consecuencias a corto plazo de hacer el mal (y a veces a medio y largo plazo).
También es preciso señalar, bueno, no es preciso, pero apetece hacerlo, que la profusión de medios de información a nuestro alcance hace que la corrupción parezca omnipresente. Seguramente siempre ha estado ahí (por todas partes) pero la gente ni sabía leer y los pregoneros no la pregonaban. El poderoso, en cambio, se acostumbra tarde y mal a esto y monta en cólera si le toquen la bocina para anunciar sus fechorías.  




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