lunes, 18 de noviembre de 2013

Hombre no querer a hombre, ni a mar, ni peces, ni playa



Puede que tenga usted hoy veinte años. Tenía, si salen las cuentas, nueve años cuando el Prestige regó nuestras costas de petróleo. Quizás no guarde usted recuerdos de aquellos días o estos sean muy difusos. Recientemente habrá conocido la noticia de la sentencia, pero acaso no sepa lo que de verdad se vivió en Galicia cuando el petrolero viejo, podrido, se averió en nuestras aguas. Luego inició, siguiendo instrucciones de las autoridades, una siniestra singladura de ida y vuelta en zig-zag, como un pollo sin cabeza. Finalmente se hundió y durante semanas siguió vaciando su asquerosa carga. 
Cuando lo del Prestige hubo gente responsable, que es la condenada de verdad por esta sentencia. Acaso entre las imágenes borrosas que recuerde usted se encuentre la de aquellos marineros que durante los primeros días recogían chapapote con las manos. Fueron ellos, mientras se nos decía que la mancha no tocaría tierra, quienes se hicieron responsables de las primeras labores de limpieza. Ellos han sido condenados, como los miles de voluntarios responsables llegados de todas partes para dejarse sus ahorros y las vacaciones navideñas entre las rocas gallegas, limpiándolas centímetro a centímetro. 
Porque el petróleo tocó tierra y contaminó cientos y cientos de kilómetros de nuestro litoral. Galicia entera gimió de dolor ante aquella desgracia que no había buscado ni provocado y que ocasionó una catástrofe medioambiental y económica que al fin habrán pagado millones de gallegos responsables. 
Es posible que le suene de algo Man de Camelle. Fue un artista que vino de Alemania a principios de los sesenta y se quedó para siempre en Galicia embelleciendo un trocito de ella con sus esculturas. Montó un museo al aire libre, junto al mar. Man nunca había hecho daño a nadie. Vivía semidesnudo, cubierto por un taparrabos, confundido entre el paisaje. Texto completo en Diario de Pontevedra. Man de Camelle.


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