martes, 9 de febrero de 2010

Ermitaños en Ons.


Entre finales del S. XVI y principios del XVII, la Isla de Ons apenas estaba habitada por un puñado de vecinos. Pertenecía a los descendientes del matrimonio formado por Lope de Montenegro Sarmiento, nieto de Tristán de Montenegro, y Ana de Sotomayor, nieta de Pedro Madruga. Estos descendientes dueños de la isla de Ons también tenían entre sus ancestros a los Mariño de Lobeira, a los Moscoso y a los Enríquez de Monroy, entre otros. Llevaban la sangre de los mejores linajes que diera la Pontevedra del S. XV. La isla acabó en poder de un tal Payo Sorred de Montenegro y Sotomayor, un don nadie a pesar de sus apellidos. No figura en la mayoría de las genealogías y si sabemos de él es porque existen un puñado de documentos, únicamente en el Archivo de los Marqueses de Mos, que nos hablan de su celo por demostrar su señorío sobre la Isla de Ons.


La isla no generaba ingreso alguno. No tenía casa señorial, ni cultivos, ni puerto comercial o pesquero con actividad que permitiera cobrar impuestos. Aun así, Payo Sorred se empeñaba en demostrar que la isla era suya, y en cuanto alguien ponía un pie en ella y Payo se enteraba, corría a denunciar al intruso, fuera quien fuese. Los intrusos solían utilizar Ons para llevar a pastar a su ganado, actividad que molestaba a Payo.


Los bisabuelos de Payo se jugaban la vida todos los días tomando fortalezas y moviendo sus tropas por toda Galicia, y se mataban literalmente entre ellos. Jugaban a poner y quitar reyes en Castilla. Pero a Payo aquella frenética actividad guerrera ya le quedaba muy lejos. Sus enemigos eran por lo general pastores que llegaban a su isla con un par de ovejas.


Su ira ante la invasión no perdonaba ni a los ermitaños. Ya en octubre de 1585 había sido denunciado un ermitaño de Cangas por cazar conejos en Ons. El juez de Cangas fue requerido para poner preso al cazador furtivo.


No mucho después, el 26 de abril de 1605, el juez de Portonovo fue llamado:

"(...) para que notifique a Antonio Díaz, ermitaño en la ermita de San Fins (Pontevedra), la denuncia contra él interpuesta por pastar ilegalmente ganado vacuno y equino en dicha isla."

Así que Payo perdía su tiempo en denunciar a los ermitaños, pobres por definición y vocación, dedicados a la meditación, a la oración, a la vida contemplativa y esas cosas de ermitaños. La briosa sangre que llevaba Payo en sus venas se había diluido con el paso de las generaciones. Sus antepasados hubieran tomado una de las siguientes opciones: desollar vivo al ermitaño o dejarle seguir su camino con los conejos cazados o el ganado alimentado. Pero Payo era demasiado débil para tomar ninguna de las dos decisiones. Payo corría a chivarse a los jueces.

Los documentos referidos a Payo, en la sección Mos-Valladares del Archivo Histórico Nacional

Arriba, San Pablo, el primer ermitaño. Al mezquino Payo de Montenegro y Sotomayor dedicamos "Don Samuel Jazmín" de Cánovas, Rodrigo (otro que no soy yo), Adolfo y Guzmán.




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