Elecciones y despilfarro

En mayo, día 22 del presente 2011, elecciones municipales.

Si extrapolamos, en una decisión nada científica, ciertamente conjetural y más o menos orientativa los datos de las últimas municipales, celebradas en 2007, tenemos las siguientes cifras:

Con una población de derecho de 80.096 habitantes y un censo de 73.089, votaron 44.218 y se abstuvieron  28.871.

Eso quiere decir que la campaña electoral que comenzará en breve está dirigida a, redondeemos, 45.000 personas.

Al menos un 70% de los electores ya tiene su voto decidido entes de empezar la campaña. El porcentaje de indecisos es difícil de conocer, pues muchos que saben a quién van a votar no lo dicen, por lo que se apuntan en principio como indecisos aunque no lo sean. La cifra de indecisos reales puede fluctuar entre un 5 y un 15% de los electores, que son los que realmente deciden su voto en campaña.

Eso supone que en una ciudad como Pontevedra, siempre redondeando, la campaña está dirigida a un grupo de electores que estaría en una franja que va desde los 2.250 a los 6.750. Imaginemos que los indecisos suponen realmente una media de las cifras propuestas, es decir, unos 4.500 electores.

Lo que cabe preguntarse en si esos 4.500 electores que no han dedicido su voto todavía lo harán a través de una cuña de radio o de un anuncio en un periódico. A los indecisos yo los dividiría en dos: los que son indecisos por naturaleza y cogerán de camino a la urna una papeleta al azar (es de suponer que sean los menos aunque no se pueden cuantificar) y los que desean analizar las propuestas de cada candidatura antes de decidir. Los primeros, los que no decidirán su voto por motivos políticos ni de convicción, simplemente ejercerán su derecho a votar sin preocuparse demasiado a quién. Esos son los que elegirán al candidadto que ofrezca la sonrisa más amplia o el eslogan más ocurrente. A ellos, una minoría realmente despreciable en términos porcentuales, está dirigido el grueso de la campaña. A ellos se dirigen los carteles en las farolas, los mecheros, los globos para sus hijos, las cuñas radiofónicas con música pegadiza y las páginas en los periódicos que solamente muestran una fotografía gigante y una frase insulsa del tipo "la Pontevedra que tú quieres", o "por el buen camino", que no significan nada de nada.

Los que han de decidir su voto creyendo las promesas que hacen los diferentes partidos, otra minoría, son los que leerán los trípticos o los folletos en los que promesas más o menos realizables se entremezclan con fantasías de ensueño que nunca serán realidad.

De tal suerte, veremos que el ingente gasto de la campaña que está por venir, como en las anteriores, está dirigido a un puñado de indecisos cuyo voto individual cuesta un potosí que acabamos pagando todos.

Pero eso no es lo peor. En una ciudad como Pontevedra, donde el voto está muy fragmentado entre dos opciones (PP y BNG+PSdeG) y que en las últimas elecciones apenas decidió el vencedor por algo más de un centenar de votos, me temo que el derroche de medios va a ser ingente, Y más aún con la irrupción de nuevas opciones. Tenemos en esta ocasión a partidos como UPyD, los antitaurinos cuyo nombre no recuerdo, EU y, sobre todo, creo, Pontevedra Alternativa (POAL) liderada por Ramón Pedras del que cabe suponer que se llevará una porción significativa de votos que en otras ocasiones se repartían entre los tres grandes partidos. También está ICP, que aunque no haya obtenido representación hasta ahora, tiene una bolsa de varios centenares de votantes fieles que pueden condicionar el resultado final.

Así pues, y contra toda lógica, nos espera en tiempos de crisis una campaña en la que los que puedan (léase PP, BNG y PSdeG) tirarán la casa por la ventana en una orgía obscena y desenfrenada de publicidad que sólo beneficiará a los medios, a los que, por cierto, les vendrá bien un respiro tras una época de caída de ingresos, orgía publicitaria que estará dirigida principalmente a una minoría que busca los ojos más bonitos, la melodía más cursi o la frase más ingeniosa.

Todo eso no tiene nada que ver, obviamente, con la democracia. El poder del pueblo se reduce así al poder de un puñado de indecisos que de todas formas acabarían decidiéndose igualmente por alguna opción si los presupuestos de campaña de todos los partidos se limitasen por ley a 3.000 euros, pongamos.

Yo, que soy uno de esos indecisos que buscan al candidato más fotogénico, voy a ir descartando opciones en función del despilfarro. Y quizás acabaré votando al de la foto más pequeña.